Ben se relajó casualmente en una silla de jardín en una gran montaña con
vistas a las llanuras de abajo. La mayor parte del área inmediata eran
tierras de cultivo, pero en la distancia, apenas debajo del horizonte, podía
ver Ciudad Central, hogar de más de nueve millones de personas.
La temperatura era de unos sofocantes 36 grados
sin ninguna capa de nubes, como lo había sido durante las últimas dos
semanas. Sin embargo, al güero de veintitrés años no pareció
importarle. Vestido únicamente con un short rojo y una camiseta blanca muy
holgada, parecía contento de simplemente relajarse bajo el “sol”.
PUM
Ben, su teléfono, la silla de jardín, incluso
toda la casa se movió arriba y abajo.
PUUMM
Todo se estremeció una vez más. Ben comenzó
a sonreír para sí mismo.
PUUUUMMMM
Había ciertos beneficios al vivir aquí.
El teléfono del joven vibró. Ben no lo
recogió, no lo necesitaba para saber qué era.
El sonido
estridente de una sirena comenzó a escucharse.
La alerta
comenzó.
….
Muchas personas criaban perros, otros criaban gatos y algunos
ratones...incluso algunos pocos llegaban a criar hasta hormigas...pero
pocos...muy pocos se atreverían a criar algo mucho más pequeño que las hormigas
y que incluso los ácaros...a los "microputienses"...y contados con
los dedos de la mano son los que se atreven a construirles acuarios ideales
donde poder vivir.
Leslie Winkle
era uno de esos pocos, que, con mucho esfuerzo, había logrado prosperar toda
una civilización microputiana en un magnifico recipiente de vidrio de 30x50 cm y
en donde Ben era uno de sus millones de ciudadanos.
Los microputienses medían aproximadamente una
pulgada con respecto a los liliputienses…los liliputienses medían casi lo mismo
que una pulgada con respecto a los gulliverianos… los gulliverianos medían lo
que era una pulgada para los brobdingnagianos…y los brobdingnagianos apenas
sobrepasaban lo de una pulgada con respecto a los prodigadianos.
Leslie era una prodigan. La más grande de
entre los grandes y Ben junto con Ciudad Central tan solo eran una pequeña
parte de toda su vasta colección de diminutos grandes o pequeños que vivían en
su acogedor y reluciente acuario…sin contar, además, los cientos de millones que vivían
alojados en su grandísimo cuerpo.
Para la bonita joven de 28 años le era difícil saber con precisión la población real de "diminutos" que vivían cómodamente en las profundidades de su cuerpo...Leslie, sin pensarlo, se había convertido en un acogedor acuario prodigadiano para los incontables microputienses que por voluntad o accidente habían parado hasta allí.
Empero, Leslie
había logrado completar su último censo de la población en el contenedor de
vidrio en casi tres mil millones de microputienses, unos cuantos millones de
liliputienses y unos pocos miles de gulliverianos.
Para una pequeña minoría ella era vista como “La Dueña,” alguien
a quien tenían que escuchar y obedecer por el bien de todos…sin embargo, la
gran mayoría de la población del acuario la veían como “Su Reina”, “Su Redentora”,
“El Ser más querido y popular del mundo” …la
diosa más allá del cristal.
...
Ben estiró el cuello para ver un antebrazo gigantesco y bien esculpido a
miles de kilómetros de distancia, cubrir con su mano el “sol” que iluminaba y
brindaba el calor necesario para todos.
Por unos minutos todo el horizonte se oscureció ya que sus dedos cubrían
el “sol” que se encontraba a cientos de kilómetros por encima del techo de
vidrio semitransparente que cubría todo el acuario y que solo la diosa podría
abrir cuando quisiera.
Cuando sus dedos se apartaron del “sol”, el microputiense pudo
distinguir desde su perspectiva en la cima de la montaña como su intensidad
cambio y dejo de ser menos luminoso (“eso
era bueno, por fin dejaría de hacer calor” pensó), e inmediatamente observo
cómo la diosa levanto un lado del vidrio semitransparente que cubría su
civilización. El ancho de uno de los dedos de Leslie ocupaba todo el lado
del horizonte y continuaba mucho más allá.
De pronto la silueta de un rostro comenzó a descender hacia el
acuario…Ben rápidamente entro a su casa a buscar sus binoculares…quería poder
distinguir mejor el precioso rostro de la diosa que inesperadamente había
aparecido en el cielo a miles de kilómetros por encima de ellos.
Pero al ponérselos resulto inútil, ya que desde la perspectiva de Ben el
rostro de la diosa se veía opacado por la luz del “sol” como sucede en un
eclipse cuando la luna se vislumbra como un cuerpo completamente oscuro que
cubre parcial o completamente el sol.
Un potente silbido se escuchó y una gran ráfaga de aire arrojó a Ben al
suelo.
Él se
maravilló ante este magnífico suceso, la diosa
tan solo había dado un pequeño resoplido mientras mantenía su rostro sobre todos
ellos. Una muestra más de su infinita grandeza y su incomparable poder.
De pronto la voz más potente que Ben y su mundo pudiera haber oído, se escuchó
por todo el lugar…una voz más fuerte que el estallido de un trueno casi reventó
los oídos de Ben…la voz de la diosa que decía:
“¡Mis pequeños ciudadanos, hoy les
daré de un regalo especial y duradero… ¡así que os mando que lo aprovechen y lo
veneren con toda devoción!”
De pronto el rostro de la diosa se volvió a alzar hasta desaparecer…y la
luz del sol de nuevo llego con más intensidad.
Ben estuvo unos minutos vislumbrando el cielo, en busca del regalo
especial que la diosa les iba a dar.
El y casi la mayoría de la gente sabia cual regalo se refería...una
dadiva que provendría desde el interior del cuerpo de la diosa, sus sagrados
fluidos que les brindaría fuerza, recursos y nutrientes necesarios para poder
subsistir.
Tan solo podrían pensar en dos cosas…la leche pura y sagrada proveniente
de los gigantescos senos de la diosa o el “squirt” divino de las paredes de su
amplia vagina…cualquiera que fuera la opción, inundaría con creces todo el
valle en donde estaba asentado Ciudad Central y otros pueblos más…y sería tan
confortable y valiosa que vendrían cientos caravanas desde todos los rincones
del acuario para poder llegar a bañarse en sus aguas.
“¿Qué es lo que sería esta vez?”
se preguntó Ben, “bueno eso lo sabré en un momento”.
Un fuerte crujido se escuchó en una de las paredes del acuario que se
encontraba cerca de Ben. Una gigantesca pared de carne rosada ocre cubría todo
el muro de cristal al recargarse fuertemente en el…increíblemente la pared resistió.
Ben no pudo apreciar en el momento a que parte del cuerpo de la diosa
pertenecía ese muro de piel colosal. Pero cuando se movió hacia arriba Ben pudo
distinguir que es lo que era…"ese es uno de sus colosales senos” pensó…”lo
que significa que nuestro regalo será…”
Ben deslizó su mano izquierda debajo de sus shorts
y comenzó a jugar.
"Justo
lo que necesito...un nado espeso y cremoso en las sagradas aguas blancas de la
diosa."
Estiró la cabeza hacia arriba, siguiendo esa
magnífica mama elevarse por toda la pared…hasta ver como entro en el acuario y
se detuvo justo por encima de ellos en el cielo a cientos de kilómetros de
altura.
“¡Hará
llover su leche materna sobre nosotros!” se emocionó Ben.
Todo el mundo sabía que Leslie producía
abundante leche sin estar embarazada, la razón les era desconocida, pero nadie
se apesadumbraba o extrañara.
Los beneficios que brindaba nadar en esas cremosas y espumosos fluidos
eran inmensos. Entre uno de ellos era el hecho de que les proporcionaba lo
necesario para vivir por semanas sin necesidad de algún otro alimento.
La leche de Leslie los saciaba y les quitaba todas las ansias de comer y
gustar cosas nuevas…y no solo eso, sino que se había demostrado que les ayudaba
a fortalecer sus músculos y huesos e incluso podía aumentar su esperanza de
vida porque llegaban a enfermarse menos.
Ben levantó sus binoculares para inspeccionar más de cerca el inmenso
pezón y ver si se podía apreciar desde allí los pueblos y aldeas apostadas por
toda su areola.
Fue inútil. No se podía ver nada a esa
distancia. Estaba demasiado lejos. Con un telescopio quizás se podría.
De pronto, una mano gigantesca entro en el acuario y se posó firmemente
sobre el seno de la diosa, cubriéndolo casi por completo. Quedo solamente a la
vista el rosado pezón, que comenzó a hinchar.
Ben pudo
observar con toda claridad como la mano de la diosa comenzó a presionar la base
de su pezón y de su centro, un rio blanco y espeso se derramo con lentitud desde
los altísimos picos que se encontraban al otro lado de la metrópoli hasta llegar
al centro de ella.
Desde su
altura, observo como el rio continuo recorría las calles y avenidas y poco a
poco inundaba los gigantes rascacielos que adornaban el centro de ciudad
Central.
Sabía que no
corría peligro desde allí, pues la leche no llegaría hasta donde se encontraba Ben.
Pero muy pronto tomaría su bicicleta, y se rodaría felizmente hacia abajo, pues
no se perdería la oportunidad de saborear y nadar dentro de la fresca y cremosa
leche de su diosa.
Ben comenzó a sorprenderse de la insignificancia que eran ante Leslie y empezó
a suspirar con fuerza:
“Oh diosa
Leslie, no te vayas y juega con nosotros. Somos tus juguetes. Como
desearía que nos tomaras y nos metieras en tus bragas y nos dejaras complacerte…como
deseo perderme en el inmenso bosque de tu pubis y disfrutar del almizclado aire
que reina siempre allí…como anhelo vivir poder junto a ti.”
Por mucho tiempo, Ben había estado mandando esas
palabras a Leslie a su número personal, con la esperanza de que ella lo viera y
fuera correspondido, pero hasta ahorita no había tenido éxito. Era algo muy
difícil, pues su mensaje se perdía de entre los miles y miles que llegaban al
celular de la diosa día con día.
De pronto la diosa se incorporó y el cielo quedo despejado.
Ben observo a través del cristal como la diosa se alejaba del acuario y
procedía a recostarse en su cómoda cama y pasar tiempo en su celular.
“Quizás tenga suerte y esta vez
ella si vea mi mensaje en su celular” pensó. “Mientras tanto, creo que
será bueno que vaya a ir a nadar en sus blancas aguas”.
Y con esto tomo su bicicleta y pedaleo con firmeza colina abajo rumbo a
la ciudad.
Me acosté muy aburrida en mi cama un viernes por la noche.
Había llegado de terminar todos los experimentos en el laboratorio y estaba
demasiado cansada para salir con mis amigas, pero quería hacer algo más que
simplemente quedarme a ver series el resto de la noche.
Sonreí mientras desbloqueaba mi teléfono y miraba hacia mi
pequeña civilización del acuario enfrente de mi a unos pasos de distancia.
Todo el día, todos los días, me acosaban constantemente los
mensajes telefónicos de mis millones de ciudadanos de todos los tamaños,
microputienses, liliputienses y gulliverianos que vivían dentro de las paredes
de mí hogar, especialmente a los de ese pequeño acuario que se ubicaba enfrente
de mi cama.
Véanlo de esta manera, si tuvieran el número telefónico o el
correo electrónico de la Diosa que los cuida ¿no les gustaría estar siempre en
comunicación con ella?
Y eso sin contar los mensajes y videos provenientes de los
habitantes que vivían dentro de mí, en los que compartían conmigo la fantástica
vida que tenían en los lugares más recónditos de mi cuerpo, y los numerosos
hallazgos que solían encontrar.
Había descubierto para mi sorpresa, que me había convertido
en todo un planeta megadiverso para ellos, con una gran cantidad de animales y
plantas e incluso civilizaciones de razas aún más pequeñas que mis
microputienses, de tal modo que las carreras de biología y antropología eran de
las más demandadas para estudiar entre mis ciudadanos.
Pero en fin, esa era mi situación actual y no podía quejarme,
después de todo yo había proporcionado mi número a los principales líderes
gubernamentales que regían mis pequeñas civilizaciones para cualquier
emergencia o disposición, pero no habían tenido un buen control y ese número se
había filtrado entre todos sus habitantes.
La mayoría de las veces estos mensajes pasaban desapercibidas
para mí; había literalmente millones de ellos todos los días, y por extraño que
parezca, no se atrevían a hacer llamadas sin que antes yo diera mi
consentimiento por mensaje, como sucedía cada vez que algún líder gubernamental
quisiera hablar conmigo.
Así había ocurrido hace una semana con el presidente de la
nación insular del mar de leche ubicado dentro de mi acuario pidiendo que
intercediera en su apoyo a unos piratas gulliverianos que habían amenazado con
atacar su nación, fue algo relativamente fácil de resolver al localizar su
insignificante barco en el medio del océano y sorberlo rápidamente con un
popote, y ahora sus restos se encuentran descansando plácidamente en el fondo
de mi estómago.
Pero en las noches como esta, en las que me aburría tanto,
los revisaba para ver si encontraba algo interesante:
“¿Puedes hacer que
deje de llover?” Uno de ellos me preguntó, claro
que podía, pero no lo iba a hacer, el acuario estaba programado para que cada
día desprendiera agua por unas pequeñísimas regaderas en la parte superior que
eran esenciales para la vida diaria y que por alguna razón política esta
persona quería que las desprogramara para desestabilizar y generar caos en la
nación en la que vivía.
Algunas personas eran egoístas y oraban por dinero, otras
sólo querían ayuda para recuperarse. Me compadecí de este último, pero no podía
permitirme el lujo de que me molestaran las peticiones de millones de personas.
"Juega con
nosotros diosa, somos tus juguetes" rezaba el
pie de una foto de un joven blanco y deslumbrante, probablemente unos años
menor que yo. Era sólo una imagen de sus magníficos pectorales y su apuesto
rostro.
Volví a sonreír; la atención masculina que recibía era
intensa en el lado de mi acuario. Miles de solicitudes de apuestos hombres
jóvenes y no tan jóvenes recibía a diario en mi bandeja. Todos querían poder
hablar y comunicarse conmigo, poder adorarme y ser parte de sus vidas, una
tarea imposible en alguien tan ocupada como yo, por lo que para solucionar ese
problema había arreglado que se realizaran viajes hacia diversas partes de mi
cuerpo y entonces podrían ser parte de mí y adorarme de la manera que ellos
deseaban.
Era un viaje sin regreso para mis microscópicos amantes, ya
que difícilmente podrán regresar a su hogar. Mi cuerpo ahora sería su hogar, su
mundo, por lo que aquellos que se ofrecían a venir, sabían que dejarían todo
atrás y se embarcarían hacia una nueva vida en mí.
“Quiero que sofoques
mi ciudad bajo tus senos... que barras millones con tu divina lengua…quiero
nadar en tu squirt divino... quiero que ciudades y naciones puedan vivir en tu
ropa interior... como desearía perderme en el inmenso bosque de tu pubis y
disfrutar del almizclado aire que reina siempre allí, viviría gozoso de
complacerte todos los días”
Miles de mensajes como estos comencé a leer.
Sentí que mis pezones crecían y se ponían erectos a medida
que deslizaba mi dedo por el touch de mi smartphone y leía la interminable fila
de mensajes cachondos y tiernos de mis diminutos, tanto así que comencé a
sentir un pequeño cosquilleo “abajo”, en mi entrepierna.
Me quité los pantalones y la blusa que usaba para el trabajo,
me quedé solo en ropa interior, meditando mientras contemplaba mis bragas de
color morado intenso:
"¿cuántos diminutos
habría en mi entrepierna?, ciertamente había metido millones de ellos allí
antes, ¿cómo habrán podido sobrevivir y
prosperar en esas condiciones?, ¿me
adoraran como toda una diosa?, ¿cómo
era vivir bajo los pliegues de mis labios mayores?, ¿cómo habrán esculpido
edificios en mi vasto vello púbico?, ¿disfrutaran
del aire almizclado todos los días?"
Cuando los microputienses disfrutaban de que jugara con
ellos, hacían mis días más agradables. Por lo que me levanté y caminé hacia el
acuario, observé que la bombilla que colgaba del techo del acuario que les
proporcionaba luz y calor estaba encendida a su máxima capacidad por lo que
procedí a bajar su intensidad con un movimiento de mi mano sobre ella y
entonces coloqué mi rostro hacía ellos.
Los deseaba muchísimo. Tanto que casi dolía. Pero me abstuve de intentar apoderarme de
millones de ellos.
Había ahorrado y dedicado tiempo y esfuerzo para construir
este acuario, la gente me adoraba y amaba, aun si sólo fuera por mi inmenso
tamaño; era mi proyecto estrella de entre todos los que había dentro de mi
apartamento.
Sin contar claro las otras poblaciones de microputienses que
no estaban bajo mi cuidado, y que vivían sobre la alacena de la cocina, en el
tocador de mi baño, debajo de mi cama y aun incluso los que habitaban los
folículos pilosos de mi hermoso cabello negro, estos, a diferencia de mis diminutos
del acuario, no me adoraban como su diosa, ni estaban dispuesto a vivir bajo mi
ley. Por lo que estaban expuestos a peligros grandes, como pasar desapercibidos
por mi colosal pie, ser atacados por los diminutos insectos que podría haber
por ahí o ser arrastrados por las inmensas corrientes de agua que cada día se
formaban en mi cabellera mientras me bañaba.
Por lo que en ese momento pensé en darles un pequeño regalo a
los habitantes de mi acuario.
Suspire profundamente sin imaginarme el estruendoso viento
que sería para ellos, y les hable con mucha calma y ternura:
“¡Mis pequeños
ciudadanos, hoy les daré de un regalo especial, así que os mando que lo
aprovechen y lo veneren con toda devoción!”
Me recargue sobre la pecera haciendo que mis voluminosos
senos chocaran contra el cristal que era lo suficientemente resistente para no
quebrarse, y pensé cual sería mi divino regalo para ellos, mi nutritiva leche o
mi viscoso squirt que en aquel momento sentía como se apretujaban en mis conductos,
fruto del poderoso placer que experimentaba, anhelando salir de mí.
Y entonces me decidí por
darles un poco de mi abultada leche que había ya dejado acumular por varias
semanas.
Acomode mi diafragma sobre el borde de la pecera haciendo que
mis voluminosos senos quedaran en el cielo sobre ellos; me imagine por un
momento la maravillosa vista que tendrían al mirar hacia arriba y ver esos
montañosos y colosales senos, con capacidad para que millones de habitantes
pudieran asentarse dentro de ellos.
Y entonces procedí a presionar con mi mano mi pezón izquierdo
hasta despedir unas cuantas gotas de mi leche divina sobre ellos que serían millones
de galeones para ellos.
Observe con decoro como se esparcían esas gotas desde el pico
de una inmensa montaña hasta llenar los ríos y mares e inundar las ciudades y
pueblos que vivían en el centro del acuario.
No me preocupe por los desastres que sucederían por este
inesperado hecho, debían estar preparados para este fenómeno, era algo natural
que ocurría en su mundo, algo que no podían evitar y prever, algo así como un
huracán o una erupción volcánica, era la fuerza de la madre naturaleza pero a
la vez era una dadiva del cielo de su benevolente diosa, ya que ese liquido
beneficiaria en gran medida a todos ellos, una fuente valiosa de recursos y
nutrientes para poder subsistir por muchas semanas.
Después procedí a recostarme y continúe checando los mensajes
en mi celular…
Cientos de mensajes de agradecimiento por mi regalo
comenzaron a llenar mi bandeja de nuevo… y le siguieren otros cientos más de adoración
y de anhelo por emigrar hacia a mí.
Era muy tardado contestar siquiera el uno por ciento de los
mensajes que me llegaban.
De entre ellos vi en particular uno que atrajo mi atención...
el mensaje de un joven muy guapo llamado Ben quien me agradecía y pedía con
mucha devoción que le concediera alguna vez poder hablar conmigo, salir del
acuario y poder viajar venir hacia mí;
algo no inesperado siendo que esa era la petición de casi la mayoría de los que
me escribían… pero lo que llamo mi atención fue su foto de perfil que aparecía
con el mensaje, su aspecto era casi parecido al de mi ex de la preparatoria
Andrew, a quien quise fuertemente y pase con él unos felices años, pero que al
final la relación no funciono.
Casi podría jurar que era su hermano, algo imposible ya que
Andrew era un prodigan y este chico era un microputiense, lo más bajo de lo
bajo hasta ahora… “que bien dicen que
todos tenemos un gemelo en algun lugar e incluso con alguna otra raza”
pensé para mis adentros, la curiosidad de saber más sobre él comenzó a crecer
dentro de mí. Un sentimiento que no había sentido en mucho tiempo por alguien,
desde que compre mi acuario.
Por lo que no lo pensé más y accedí a contestarle con el fin
de concederle su petición de una videollamada… descubriría si había algo más de
parecido a Andrew que solo en su apariencia.
“Hola pequeño Ben,
siento curiosidad por ti y con gusto te concedo tu deseo de hablar conmigo…
márcame mañana a las 8 de la noche… estaré lista para ti”. Le escribí rápidamente.
Y entonces, para no perder esa emoción que sentía, me sentí
con la confianza de enviarle un mensaje a alguien muy especial…