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Envidia.

Es el único sentimiento que tengo para con mí jadeante amigo. La frustración sexual que he experimentado en los últimos minutos me ha hecho rabiar, estoy furioso. Pero ¿con quién?

Con el imaginario y desnudo Daniel; o con la gigantesca Julia, cuya existencia es aún más inverosímil. Quizá con Stephanie, pues ella me ato a esta estaca. Por supuesto todo ello carece de sentido.

Ni si quiera me doy cuenta de que Cristian y Jose están a mi lado y empiezan a trabajar en desprender mi prisión.

Como a los demás, me cargan sobre los hombros hasta los pies de Julia. Cuando llegan proceden a clavar, con gran precisión, el enorme trozo de madera en el lugar por el cual ya pasaron siete de mis compañeros.

Julia me mira con curiosidad, apacible y somnolienta, probablemente producto del orgasmo recién disfrutado. Stephanie interrumpe el encuentro de nuestros ojos proclamando:

- “Por último, presentamos ante su divinidad al traidor que desobedeció su voluntad. ¿Cómo desea castigarlo, mi diosa?”.

Una pícara sonrisa se dibuja en su cara.

- “Atadlo.”

Es todo lo que dice mi gigantesca compañera. ¿Atarme? Creo que eso ya sucedió hace bastante tiempo. Una burlesca Laura se aproxima por mi derecha, con una fina liana entre los dedos.

Sin previo aviso, con gran rapidez y precisión, amarra la suave planta alrededor de mi erecto pene; para ser preciso, lo ata justo debajo del glande.

Sé lo que hizo, y la fuerza con que aprieta el nudo (lo suficiente para detener ligeramente el flujo sanguíneo, pero no lo suficiente para hacerme mucho daño) me lo confirma. A las renovadas olas de excitación causadas por el roce a mis partes íntimas, se une un ardiente dolor en donde se encuentra este nuevo amarre.

Satisfecha con su trabajo, Laura se retira por donde vino. Miro a mi exhausto miembro, ahora totalmente incapaz de eyacular por más estimulación que se le dé.

Unos dedos, cada uno del grueso de un tronco, aparecen frente a mí. Las uñas, perfectamente limadas, reflejan la luz del sol. Las puntas del índice, el dedo del medio y el pulgar toman la base de mi estaca (y con ella parte de mis piernas) y como si pesara un par de gramos, la arrancan de la tierra.

A una velocidad vertiginosa asciendo hasta quedar suspendido ante la lujuriosa mirada de Julia. Sus enormes ojos azules inspeccionan mi cansado cuerpo (que no es particularmente atlético), luego se concentran específicamente en mi aun (dolorosamente) erecto pene, y por último en la labor realizada por Laura hace un momento.

Aunque no puedo verlo bien, creo que esto último arranca otra sonrisa de sus labios.

Lo único que cabe en mi visión es el enorme rostro de mi compañera. Inspecciono sus facciones, que a pesar de su tamaño mantienen su fina delicadeza. La totalidad de su cabeza es al menos dos o tres veces mi tamaño. Los dedos que aun sostienen la parte baja de mis piernas son suaves, aunque los noto un poco húmedos por la transpiración.

Solo puedo concentrarme en uno de sus ojos a la vez, debido a la cercanía y magnitud. Esperando a que haga lo que desee con mi cuerpo, la miro a su ojo derecho. Su pupila está directamente dirigida a mi rostro. Noto como la tardanza en su siguiente acción es producto de una profunda meditación.

 ¿Qué hará conmigo?

Luego de lo que parece ser una eternidad, y sin decir nada más, la desocupada mano izquierda (que huele fuertemente a sus fluidos vaginales) se aproxima a mí. El índice, con cierta indecisión, se acerca a mi pene y lo empieza a tocar.

Hacia arriba, hacia abajo, lo aprieta contra mi abdomen y lo suelta; sin ninguna clemencia la yema de su dedo masajea mi palpitante pene. Con la uña frota delicadamente desde los testículos hasta el glande, una y otra vez.

Si lo de antes podía ser considerado tortura, no sé qué nombre dar lo que experimento en estos momentos. La sensación que antecede a la eyaculación, la cual empieza desde la pelvis y viaja lentamente hasta la cabeza del pene, se detiene en aquella maldita atadura realizada por Laura. 

Por minutos soy presa de las asombrosas caricias de Julia, y aparejado con ello, del dolor que produce no poder expulsar el semen de mis ahora sensibles testículos.

El asalto sobre mi miembro se detiene, y como si pudiese leerme la mente, pasa a acariciar con el mismo dedo mis dos huevos. Empiezo a gritar, gemidos de placer se confunden con gritos dolor, suplicas y ruegos; todos dirigidos a lo oídos sordos de mi torturadora.

Esto debe ser una pesadilla.

Si las sensaciones experimentadas abajo, fuera del alcance de esta vil criatura con la apariencia de Julia, eran hasta cierto punto disfrutables; lo que vivo ahora me hace pensar que morí y termine en el infierno por hacer caso a todas mis perversiones.

Esta no es una diosa, es un demonio despiadado.

Mi tortura debe tardar menos de cinco minutos; para mí ha sido interminable. La giganta me aleja de su cuerpo y puedo comprobar que en su rostro efectivamente hay una sonrisa.

Aunque odio todo lo que me ha hecho, estoy más excitado que nunca. Mi pene pulsa, dispuesto a explotar en cuanto se libere la prisión a la cual está sometido. Mis testículos quedaron tan sensibles luego del cruel ataque, que el mero rozamiento con mi entrepierna me envía escalofríos por la espalda.

Satisfecha con mi suplicio, Julia me lleva frente a su boca, la abre y me coloca, con todo y estaca, sobre su suave lengua.

Gruesas gotas e hilos de saliva acusan una salivación excesiva y revelan que disfruta mi presencia dentro de su boca. La superficie de su lengua no es completamente lisa. Su gran tamaño me permite distinguir cada una de las papilas.

Con el órgano rosado en el que yazco, se dedica a romper fácilmente mis ataduras al trozo de madera que me mantenía captivo. Un par de dedos se introducen a su boca y toman la ahora mojada estaca, dejándome en absoluta soledad.

Procede a sacarla, y por los apenas audibles gritos y vítores de mis otros compañeros, supongo la muestra sin mí en ella. La enorme apertura de su boca, que me permite vislumbrar brevemente sus rectos dientes, empieza a cerrarse, dejándome en  penumbra.

El ambiente es húmedo, el olor no es malo, de hecho huele ligeramente a chicle de menta. Mientras estoy sobre su lengua, inmovilizado por el terror, me doy cuenta de que mis manos por fin son libres.

El miedo que siento no me impide buscar el nudo que ahorca mi glande, para dar fin a esta tortura. A pesar su gran tamaño, no hay espacio suficiente dentro de la boca para ponerse en pie.

Como puedo me hinco sobre la irregular superficie rosa. Los pocos segundos que tardo en encontrar y deshacer el intrincado nudo se me hacen eternos. En cuanto quito la odiosa liana, mi mano derecha, como mandándose sola, empieza a acariciar y jalar de mi adolorido pene (la saliva que impregna todo mi cuerpo es un excelente lubricante).

De rodillas, encorvado, en completa oscuridad y con el regular sonido de la respiración de este magnífico ser me masturbo furiosamente. No puedo aguantar mucho, el orgasmo que se ha trabajado por horas me produce violentos espasmos. Mi semilla se funde con la viscosa saliva, tornándose indistinguible de aquella.

El alivio que siento es indescriptible. Toda la presión acumulada en mi pelvis se libera, y la breve claridad luego de la eyaculación me permite meditar sobre toda esta experiencia. En este momento me encuentro tendido en la suave y gigantesca lengua de Julia, que no se ha movido desde que cerró sus labios.

Del paladar se desprenden viscosas gotas de saliva que me salpican el rostro y el abdomen. Toco mi pelo, también empapado, y analizo la textura de este cuasi líquido. Es espesa, pero no del todo desagradable. Se siente tan real…

En cuanto me invaden las dudas existenciales, Julia se pone de nuevo en acción. Desde lo profundo de su garganta escucho como sube un gemido, que obliga a sus labios a partirse para dejarlo escapar. ¿Se estaba tocando conmigo dentro de su boca?

No lo sé, y nunca lo sabré, pues lo siguiente que sucede es que su lengua se levanta ligeramente, una fluida moción la retrae hacia atrás, y los músculos de su garganta me tragan completo.

Chapter End Notes:

¿Estará condenado Ed a morir en el estomago de la enorme Julia? ¿Qué es real, y qué no?

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