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Author's Chapter Notes:

Siento que el tamaño de los capítulos sea tan fluctuante, como podrán haber visto si han leído toda la historia, me gusta terminar cada uno con un pequeño "cliff hanger" o algo que introduzca al siguiente.

La posición, las ataduras y la enorme belleza frente a mi hacen doler distintas partes de mi cuerpo. Mi libido, aun insatisfecho, ha mantenido mi miembro tan erecto que lo incomodo de mi postura parece perder su importancia.

Sin embargo, con mis manos firmemente atadas, poco puedo hacer para atender lo que mi cuerpo tan desesperadamente me implora.

Lo realista que es todo me descolocan un poco. Nunca antes había tenido un sueño tan vivido. Todas las sensaciones, desde el tacto de las lianas en mis muñecas y tobillos, hasta el húmedo ambiente selvático o el brillante sol sobre mi rostro; parecen tan reales que me dejan sin aliento.

La contraposición entre esta variedad de sensaciones, y lo imposible que resulta el resto de la situación (desde la giganta sentada frente a mí, hasta la multitud formada por mis compañeros de clase, todos y cada uno de ellos obedientes de cualquier instrucción que implique servir a la gigantesca mujer) me remonta a la confusión que experimente el viernes pasado.

Aquel día también ocurrieron dos eventos incomprensibles, ambos tan reales como el cereal que comí esa misma mañana.

El profesor colocó un enorme y rojo “10” a los ejercicios matemáticos que aparecieron de repente sobre las hojas de mi cuaderno; y al llegar al salón luego de mi visita al baño, comprobé que efectivamente habían pasado unos 35 minutos desde mi apresurado escape.

“Pero no tienen comparación.” Me digo hacia mis adentros.

Aquellos sucesos pueden explicarse en forma bastante razonable. Quizá lo aburrido de los deberes aritméticos borraron mi recuerdo de su desarrollo. Cuando abrí las páginas de mi cuaderno simplemente no esperaba ver las ecuaciones y por ello, en un inicio, no las encontré.

Luego, es posible que me desmayara durante mi visita al baño sin saberlo. Después de todo mi aspecto indicaba los clásicos síntomas de la fiebre, que algunas veces se ven acompañados por desmayos.

Nada de lo que observo ahora frente a mi inmóvil cuerpo es posible, no existe explicación razonable.

“Es un sueño. De hecho, es el mejor sueño de tu vida”. Me digo, a modo de conclusión. La presencia de la giganta, la belleza de sus atributos, y especialmente de sus pies, me hacen imposible ver alguna otra cosa más que las maquinaciones de mí pervertida mente.

Mientras daba vueltas a todo esto en mi cabeza, los dedicados trabajadores que se ocupaban de la giganta parecen haber concluido sus labores. Los ubicados en las braceras de madera empiezan a bajar los implementos utilizados para la manicura con las poleas, y una vez realizado esto, unos pocos desmontan el sistema.

Frente a nosotros, quienes se ocupaban de los pies también recogen el cuenco y demás herramientas, depositándolas dentro de la casucha.

Cuando todo esta listo tras nuestros postes se reúnen todos mis cansados, pero satisfechos, compañeros de clase. Los marcados quedamos entre la multitud y la diosa.

Stephanie se coloca a unos metros por delante de nosotros, y enunciando con autoridad exclama:

- “Altísima diosa, por favor acepte nuestras humildes ofrendas. Ante su divinidad se encuentra siete valientes tributos. Y marcado con un círculo, el que se atrevió a retar su palabra. Procederemos con la entrega.”  

Tres chicas, Mariana, una chica morena de baja estatura con un lustroso cabello negro, Luisa, con sus saltones ojos verdes, y Amanda, una belleza de ascendencia latina con un gran trasero; se acercan a nosotros con unos cuencos llenos de un polvo rojo. Sin consultar arrancan las prendas de quienes me acompañan, dejándonos a todos completamente desnudos.

Con las manos empiezan a cubrir con los polvos el cuerpo del primer atado. Todos los demás se dedican a observar, en silencio.

Uno a uno quienes se encuentran a mi izquierda son bañados en el misterioso polvo.

Cuando llega mi turno, las tres chicas se paran frente a mí, y sin mediar palabra, se dedican a empolvar mi cuerpo. No diría que lo hacen en forma brusca, pero tampoco hay nada delicado en sus movimientos.

Más bien parecen mecánicos, como si un trio de robots se ocupara de la tarea. Incluso cuando llegan a mis partes íntimas las frotan y untan con total indiferencia, en trazos rápidos y precisos.

El contacto de los polvos con el glande de mi pene produce un incómodo ardor. Siento que estoy a punto de explotar. El asalto a mi miembro se detiene antes de que suceda nada mas (no sé si agradecer o maldecir), dejándome aún más desesperado que antes.

Mientras terminan por cubrir mis piernas, la presencia de sus manos alrededor de mi erecto pene me produce un dolor en la zona abdominal que me arrebata la respiración. Necesito acabar, el deseo ha dado paso al delirio.

-“Por favor” les susurro a mis compañeras sin pensarlo.

Pero estas se contentan con terminar su trabajo sin si quiera mirarme a la cara, y  se retiran para fundirse con la multitud. Mientras intento mantener la cordura, una placida Stephanie exclama otra instrucción:

- “Ante su divinidad, hermosa diosa, disponemos nuestras ofrendas.”

Tras estas breves palabras, Cristian y Jose salen apresuradamente de la multitud y se dirigen a mi acompañante en el extremo opuesto de los alineados trozos de madera. Con un gran esfuerzo sacan la estaca del suelo, a la cual se encuentra firmemente atado Miguel, y con paso lento pero seguro se encaminan hacia la giganta.

Llegados a la base del trono, clavan la estaca en medio de los pies de la enmascarada. Cristian y Jose se retiran hacia atrás con exageradas reverencias, volviendo al centro.

La presidenta, a quien no vi subir a la bracera derecha del trono, aclama desde lo alto:

 -“Nuestra diosa acepta esta primera ofrenda. Como símbolo de su divina voluntad y agradecimiento, nos revelara su majestuoso rostro. Mostraos agradecidos por si quiera estar en su presencia.” Esto último es tanto un aliento como una orden.

La multitud, y mis restantes acompañantes exclaman vítores, aplauden e incluso llego a escuchar algún grito.

Complacida con esta muestra de reverencia, la gigante mujer levanta los brazos, dirige sus manos detrás de la cabeza y lentamente deshace el enorme nudo que mantiene en su lugar la tribal mascara.

Disuelto el nudo, toma con ambas manos la dramática careta, retirándola poco a poco. Sostengo el aliento, de hecho creo que todos lo hacemos pues el silencio otra vez reina en el claro.

Rápidamente, de un solo movimiento, se quita la totalidad del artefacto para revelar a todos los presentes sus hermosas facciones.

Ojos de un azul muy claro, labios lo suficientemente grandes, una nariz pequeña con una adorable forma de botón en la punta, y un puñado de pecas que parecen iniciar en el puente de su nariz y se riegan elegantemente sobre sus mejillas.

Chapter End Notes:

Espero que les guste el rumbo de la historia!

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