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-“Y el ganador esss….” Julia arrastra la última palabra para dar suspenso a la revelación.

Mentiría si dijese que no estoy nervioso. La promesa de un castigo hace palpitar casi dolorosamente a mi corazón.

Ninguno de los dos equipos ha abarcado la totalidad del mocasín. Apenas y nos alcanzó el tiempo para sacudir y dar brillo a la parte superior de la punta y el empeine. Los laterales y talones tan desatendidos como cuando iniciamos.

-“… ¡el equipo izquierdo!”.

Algunos de los chicos del conjunto victorioso, muchos de los cuales se encuentran tendidos sobre el cuero por el cansancio, arrojan un puño vencedor al aire. Pero no parecen tener demasiadas ganas de celebrar.

Una alegre Julia aplaude con suavidad, probablemente para no dejarnos sordos.

“Aplaudid, no seáis malos perdedores”. Dice mirando directamente en nuestra dirección.

De nuevo el miedo nos hace obedecer, a pesar de que las palabras de la giganta no tenían ningún indicio de enfado o malicia.

*Clap**Clap**Clap*

Siguiendo la directiva de Julia, aplaudimos por unos veinte segundos hasta que aquella se detiene.

-“Y ahora ¡el castigo para el equipo perdedor!” Lo juguetón y animado de su voz es casi peor que si demostrase algo de maldad. Personalmente me resulta más siniestro…

La gigantesca mujer vuelve a agacharse un momento. Cuando se levanta tiene otra caja entre sus dedos, esta bastante más pequeña que la anterior. Cuidadosamente la coloca en el mocasín sobre el cual todavía está mi derrotado grupo y vierte sus contenidos.

Una lata blanca rueda hasta dar con mi pie. La levanto. “REXONA. Desodorante para zapatos. Antibacterial y refrescante” se lee en su etiqueta.

“Restan 15 minutos de clase…” indica Julia, revisando su celular “… como no quiero robar tiempo del fin de semana a nadie haremos esto deprisa.”

“Como habréis notado estos mocasines se encuentran bastante desgastados. Después de todo los he tenido desde el año pasado…” creo que sé por dónde va esto, y no sé si me gusta “… Por lo que también resulta necesario darles mantenimiento por dentro. Esa será vuestra tarea y castigo. Tomad una lata y dividíos en dos nuevos grupos.”

Algo atontados los adolescentes a mí alrededor siguen la instrucción. Observo a mis amigos reunirse a varios metros de mí. Me dispongo a caminar hacia ellos cuando un dedo del tamaño de un edificio bloquea mi camino.

Despego mis ojos del gigantesco digito y los dirijo al monumental rostro de Julia.

-“Así está bien”. Dice la titánica estudiante.

Me doy la vuelta para descubrir que ella misma hizo la división. Estoy con Cristian, Verónica, Marta, Marco, Luisa y Jose. Deseaba estar cerca de mis amigos para conversar con ellos e intentar descifrar la situación; pero la deidad que nos ha mantenido bajo su control la última hora y media lo evita con uno solo de sus dedos.

-“El grupo de Cristian, caminad hacia mi palma. Colocaos en el medio para evitar accidentes.”

Aun dividiendo el equipo con el índice de su mano derecha, acerca la desocupada mano izquierda al zapato de forma que podamos caminar hasta ella.

La textura sobre la cual nos colocamos resulta difícil de describir. Lo mejor que puedo decir es que es suave y muy cálida, rozando el límite de ser insoportablemente caliente. Puedo ver perfectamente el tejido que forma la piel de su, en otras circunstancias, pequeña palma.

Cuando todos estamos abordo, con sumo cuidado y delicadeza, mueve su mano hasta estar sobre la zapatilla izquierda. Estira su dedo de en medio introduciéndolo por la boca del calzado, e inclina ligeramente su mano.

-“Utilizad mi dedo como una rampa para bajaros.” Indica, una expresión de profunda concentración en su cara. Seguramente procura no hacer ningún movimiento excesivamente brusco para nuestros diminutos cuerpos.

Aun parado en su mano puedo sentir las pulsaciones que produce el flujo sanguíneo al recorrer la totalidad de su apéndice. Lentamente avanzo desde el centro de su palma hasta la base del dedo.

La totalidad su dedo corazón debe medir, desde nuestra perspectiva, unos 15 metros… quizás más. Julia lo ha posicionado de tal forma que el descenso resulta bastante sencillo. Soy el primero en alcanzar la yema.

Veo que entre mi posición y la plantilla del zapato hay unos 4 metros de altura, probablemente imperceptibles para la enorme chica. Asumo que el material amortiguara mi caída, así que salto sin pensarlo mucho. Aterrizo sin ningún problema en la penumbra.

Como sucedió antes, los chicos me imitan. Y una vez aquí, ayudan a bajar a las chicas que temen saltar.

Cuando todos nos hemos desprendido del monolítico digito este se retrae, saliendo del zapato y dejando entrar más luz. Esperando a la siguiente instrucción todos nos quedamos quietos, cada uno con una lata entre las manos. Algunos juntan cabezas y murmuran entre ellos.

Cuesta creer que estemos dentro del zapato de una chica que no alcanza ni el metro sesenta. Se siente como estar en un edificio sin ninguna división o muebles en su interior. Analizo el techo y los costados, todos de un material color rosa chillón. Creo que los conocedores lo llamarían fucsia. Miro hacia el suelo…

La silueta de la planta del pie de Julia se encuentra impresa en la rosa plantilla, sobresaliendo con tonalidades marrones y negras. Miro directamente hacia abajo. La parte del talón ligeramente hundida y más oscura que el resto. En trance sigo la forma de la enorme huella.

En donde se posiciona el arco de su pie la plantilla está casi intacta, como cabría esperar. Me acerco poco a poco al lugar en donde pisa la bola del pie. Como con el talón, mas desgastada y oscurecida que el resto.

El ambiente se hace cada vez más pesado y claustrofóbico. El olor más intenso…

“A los perdedores en mis mocasines…” escucho decir a Julia “… quiero que os dediquéis a rociar las latas de desodorante allí adentro. Como ya habréis notado estos zapatos en particular hacen sudar mucho a mis pobres piececitos, lo cual los ha puesto… umm cómo decirlo…  bueno, algo apestosos.” Termina la frase como queriendo quitárselo de encima.

Seguramente se ha sonrojado otra vez.

“Os estaré vigilando por los once minutos que nos restan, así que trabajad si no queréis otro castigo.”

En la lejana (para mí, pues soy el único que se ha movido) apertura del mocasín aparece uno de los azules ojos avizores. Se queda allí hasta que mis compañeros empiezan a dispersarse, rociando las partes laterales del calzado y la plantilla sobre la que caminan.

Satisfecho, nuestro guardián desaparece de su lugar. Probablemente para verificar que los chicos del otro zapato hagan lo mismo.

La giganta sigue hablando, supongo que con los “ganadores”. No puedo descifrar mucho de lo que dice desde donde me encuentro, y como las palabras no se dirigen a mi decido ignorarla.

Cruzo el pequeño y ennegrecido cráter formado por la bola del pie de Julia, rociando un poco del desodorante mientras camino. Arribo a la parte en donde reposan sus dedos. Perfectamente marcados veo la descendiente línea que siguen sus magníficos dígitos. La chica no bromeaba, estos mocasines han cumplido su penitencia.

Aquí el olor es aún más fuerte. Qué puedo decir, no me desagrada.

Todo lo contrario.

Dominado por mi libido me arrodillo frente al inmaculado estampado del dedo grande. Me inclino hasta que mi rostro literalmente se entierra en la maltratada superficie. Inhalo como si no hubiese recibido oxígeno en mis pulmones por horas.

La fragancia es simplemente adictiva.

Como un animal olfateo cualquier parte de la plantilla que mi nariz pueda alcanzar. Incluso empiezo a gatear hacia las demás marcas de los divinos dedos…

-“¿Qué demonios haces?” Me pregunta una confundida Marta a mis espaldas.

Me reincorporo tan rápidamente que me mareo. Procurando no darme la vuelta para evitar que note mí emocionado miembro, o mí seguramente colorado rostro, respondo:

-“Yo… deje caer mi lata… ya sabes, la estaba buscando.” Meto la lata por debajo de mi camisa en caso de que intente comprobar la obvia mentira.

-“Okay…” No dice nada por unos segundos. “Oye ¿puedes ocuparte de asear esta parte? No tolero el olor, y tu pareces no tener ningún problema con él.”

-“Claro, eso hacía. Continuare en cuanto encuentre mi desodorante. Lo último que queremos es otro castigo jaja” Tanteo torpemente en las oscurecidas depresiones creadas por meses de uso del calzado.

 Lo más probable es que no se esté tragando nada de lo que le he dicho.

-“Te dejo el mío ¿vale? De todas formas solo falta esta zona y creo que puedes hacerlo solo.” Escucho como deja la lata en el improvisado suelo y se marcha apresuradamente por donde vino.

Volteo un momento para comprobar que se haya ido. En todo caso el sobresalto hizo desaparecer mi erección en cuestión de segundos.

Arrojo mi lata a lo más recóndito de la punta del zapato. Se encaja en una hendidura y desaparece para siempre. Tomo el spray que acaba de dejarme Marta y sin prestar mucha atención rocío el líquido en todas direcciones.

En cuanto he vaciado la lata, y el desodorante termina de asentarse, el poderoso olor impregnado por los pies de la chica que nos depositó aquí vuelve en toda su magnitud. Empiezo a cuestionar la estrategia de limpieza elegida por Julia.

Camino hacia el talón, en donde se agrupan mis demás compañeros. Cuando aún me faltan un par de metros para llegar el enorme ojo reaparece en el cielo.

-“¿Habéis terminado?”

Un poco armonioso y francamente desganado “Si” sale de mi grupo.

La giganta se aparta tan rápido como se nos presentó.

-“¿Vosotros también habéis terminado?”

No alcanzo a escuchar lo que contestan los chicos atrapados en la otra zapatilla.

-“Genial. Escuchadme bien…” supongo que ahora se dirige a ambas prisiones “…apoyaos de espalda contra el talón. Procurad no amontonaros, no quiero que nadie salga herido.”

Como una obediente manada bobina hacemos lo que se nos pide.

-“Volcare los mocasines para que podáis salir por vuestra cuenta. ¡A la una, a las dos, y a las tres!

Sin comprobar que todo hayamos logrado posicionarnos correctamente, Julia levanta ambos zapatos de forma que la punta este hacia el tejado, y nosotros quedemos acostados en el material del talón. La idea parece funcionar bastante mejor que nuestro patético intento de desodorizar a los monumentales gemelos.

Cuando el movimiento se detiene todos estamos sobre nuestras espaldas. Poco a poco nos ponemos en pie y caminamos hacia la cavernosa apertura. Cuando logro salir compruebo que todavía estamos encima del pupitre.

Volteo hacia la imposiblemente enorme ventana.

Por la iluminación del día deduzco que solo deben quedar un par de minutos para que sean las 3:00 p.m. Este sueño se ha extendido considerablemente más que el anterior. Me pregunto si en verdad he dormido por casi dos horas. Después de todo la percepción del tiempo suele ser confusa dentro del inexplicable mundo onírico. Pienso en lo dicho por Andy.

Es verdad que el paso de los minutos resulta desconcertantemente preciso.

No dejo de caminar hasta incorporarme con el resto de mis compañeros. Con “perdedores” y “ganadores” otra vez en una sola multitud el silencio resulta casi impresionante.

Quienes me acompañaron al interior del calzado aun jadean.

La mayoría de los que no tuvieron que cumplir con el castigo se encuentran perezosamente sentados.

-“¿Qué os ha parecido la competencia?” Exclama la única persona aun alegre en la habitación. “Vamos, no pongáis esas caras largas. Os apuesto que este ejercicio ha mejorado los lazos interpersonales de esta pequeña familia. ¿O acaso preferíais moríros de aburrimiento con dos horas de matemáticas?”

El profesor, que se encuentra a un par de pasos de mí, exhala un audible bufido.

-“Lo siento de nuevo profesor Lawrence…” mientras platica, Julia saca de la mochila que sostiene sobre sus regazos un cepillo, un paño, un atomizador y una lata blanca. Todas idénticas a las utilizadas por nosotros.

-“… pero es la verdad. Dudo que alguien pueda concentrarse por tanto tiempo en una asignatura tan compleja y tediosa.” Mientras sigue hablando toma su zapato derecho. En cuestión de segundos lo cepilla en su totalidad. Incluso sobre los lugares que yo y mis compañeros de equipo trabajamos tan arduamente. Hace lo mismo con el izquierdo.

Inmediatamente remoja el paño de tela con el atomizador y procede a sacar brillo a ambas prendas. No debe tardar más de un minuto y los resultados son significativamente mejores a los que nuestras diminutas manos lograron producir. Para concluir coloca la boquilla del desodorante en ambas ranuras, presionándolo un par de veces.

Treinta perplejos rostros observan la escena. Yo incluido.

-“No me lo toméis a mal. Habéis hecho un trabajo magnifico, y os veíais adorables trabajando en mis mocasines. Solo quería complementar un poco y dar los toques finales.” Nos muestra los ahora notablemente brillantes zapatos escolares.

La multitud empieza a inquietarse. Lo que nace como cautelosos murmullos pronto se convierte en una ola de insultos, gritos y reclamos. De nuevo permanezco mudo.

-“Vaya, por lo que veo no podéis tomaros a bien una broma.” Desatendiendo a mis bulliciosos compañeros de clase Julia se agacha y coloca su calzado en el suelo, introduciendo sus pies en ellos.

“En todo caso la sesión de hoy se terminó.” Dice, mientras se reincorpora y revisa su móvil.

Chapter End Notes:

¿Castigo, o premio?

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