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Author's Chapter Notes:

Revisando la historia noté que había omitido publicar uno de los capítulos. Como los anteriores es bastante lento y no tiene contenido GTS, pero profundiza un poco a los personajes principales (o al menos esa es la intención).

Tomo el cuaderno, lo inspecciono por todos los lados. Le doy vueltas, reviso todas y cada una de las paginas, incluso las aún vacías. Sigo con mi dedo, tocando delicadamente el papel, los números y letras que encuentro.

La tinta no se inmuta y el grafito me mancha ligeramente la punta del índice. ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo?

La perspectiva de no tener que hacer nada relacionado a las matemáticas por el resto de la tarde debería hacerme feliz. Pero la felicidad no tiene ninguna cabida en mi cuerpo, dentro del cual reina el pánico.

Ya no tengo dudas, me estoy volviendo loco.

¿Es posible que haya desarrollado algún tipo de alzhéimer, o un padecimiento similar, a tan corta edad? ¿Por qué no tengo ningún recuerdo de haber escrito nada de lo que tengo delante?

Con la cara entre las manos, frotando mis ojos, frente y cabello, pido explicaciones al cosmos o cualquier otro ser superior que desee escucharme. Sobre la clase de matemáticas de esta tarde los únicos recuerdos que tengo son los de sacar mis útiles, recostarme sobre el libro, y despertarme aproximadamente dos horas después, momentos antes de que sonara la campana.

Por supuesto descarto todo lo sucedido en presencia de la gigantesca Julia como un sueño o una alucinación.

Pero si aquellas bizarras imágenes transcurrieron mientras dormía… ¿En qué momento empuñe lapicera y lápiz, dibujando e ideando las respuestas a los enunciados del estúpido capítulo 7? Me siento mareado. Debo correr al baño, pues el mareo se ha convertido en unas desagradables nauseas que me hacen expulsar el almuerzo.

Mi madre me escucha vomitar. Me da un vaso de agua, un medicamento y me ordena acostarme, a pesar de que tan solo sean las 7 de la noche. Mientras me lavo el asqueroso sabor de la boca, mamá prepara mi cama y guarda las cosas del colegio en la raída mochila que conservo desde el séptimo grado.

Cuando entro a mi habitación me voy directo a la cama.

Desganado me tiro las cobijas encima, aunque mi madre insiste en arroparme bien. El beso que me da en la frente para despedirse, como si aún fuese un niño, parece tener efectos somníferos pues me quedo dormido de inmediato.




El sonido de mi alarma matutina me dice que es hora de levantarse e ir al colegio. La noche transcurrió sin ningún tipo de sueño.

En verdad ya no me siento mal, aunque mi madre insiste con que me quede en casa luego de comprobar la temperatura de mi frente con el dorso de su mano. Como estas oportunidades rara vez se presentan, decido hacer caso a la cariñosa recomendación. Me acurruco de nuevo en las tibias cobijas, la fresca almohada recibe mi pesada cabeza, y en un instante me vuelvo a quedar profundamente dormido.

Al día siguiente ya no hay excusa que valga.

La rutina de la mañana transcurre sin ningún inconveniente. Veo mi colegio desde lo lejos, aun a unas cuadras de llegar. Siento como una sensación de vacío se forma en la boca de mi estómago. Ayer tuve una idea para intentar descifrar las partes de mi día martes que no logro recordar.

En verdad es muy simple: le preguntare a mis compañeros si me vieron durante la clase, y más importante aún, si en verdad estaba dormido, recostado sobre el libro.

Ni Dani, ni Andy, ni siquiera Leo, que se sienta a tan solo a dos pupitres de distancia en la clase de matemáticas, recuerdan haberme visto el martes por la tarde. O si lo hicieron, nada llamo lo suficiente su atención como para hacerlo particularmente memorable

-“Si te hubiese visto dormir a vista y paciencia de Lawrence (el nombre de nuestro profesor) me habría partido el culo. Además ¿en verdad crees haber sobado las dos horas de clase sin que se diera cuenta? He estado cerca de ti cuando duermes, roncas como un puto hipopótamo.”

Las risas de mis otros amigos parecen avalar las palabras de Leonardo.

Durante el transcurso del día decido hacer las mismas preguntas a mis otros compañeros. Ninguno recuerda haberme prestado la suficiente atención como para darme detalles. Otros, con cierta inseguridad y muchos “creos” intercalados, afirman que no hacía nada fuera de lo usual, simplemente trabajando en mi cuaderno.

Esto último me descoloca por completo. 

Todavía queda una persona a la cual no le he preguntado. En parte por el miedo de lo que me pueda revelar sobre mi estado mental; y en parte porque durante mi última interacción con ella quede como un auténtico psicópata. De todos modos, a la hora del almuerzo, decido seguir fuera de la clase de Historia a Julia.

“¡Hola!” Le digo mientras me acerco al banquillo en que está sentada, buscando algo dentro de su mochila.

“Oh, hola…”Me responde, algo sobresaltada, dirigiendo sus ojos hacia mí.

“Siento haberte asustado… también siento la forma en que me comporte el martes a la salida, fue porque estaba un poco enfermo. De hecho no vine ayer porque aún tenía bastante temperatura.” Añado, quizá demasiado deprisa, como si estuviese desesperado por excusarme.

A decir verdad, desde mi sueño del martes Julia me pone inexplicablemente nervioso. Quizá mi subconsciente aun no logra distinguir aquellas vividas imágenes de la chica real que ahora se encuentra sentada frente a mí, con las piernas cruzadas y la cabeza levemente inclinada hacia arriba para poder corresponderme la mirada.

“No hay nada por lo que disculparse.” Me dice, agitando la mano para restarle importancia. “¿Ya te sientes mejor?”.

-“Si, mucho mejor. Gracias por preguntar.”

Mientras Julia me ofrece una cálida sonrisa a modo de contestación, me preparo mentalmente para escuchar lo que esta hermosa chica pueda decirme sobre las interrogantes que me carcomen desde hace días.

“Oye, puede que esto suene extraño…” vaya forma de empezar “…pero ¿recuerdas si me quedé dormido en la clase de Lawrence del martes?”

La expresión de Julia ahora es cautelosa, pero no presenta rastros de confusión, como cabría esperar.

-“¿Dormido?” repite, más para sí misma que para mí. “Umm… no lo creo. Recuerdo que bromeaste sobre cómo no podías trabajar en la nueva asignatura porque “alguien” tenía tu cuaderno. Cuando termine de comparar nuestras respuestas…” hace un ademan de comillas cuando dice comparar. ”… lo puse sobre tu mesa actuando como si estuviese enfadada. Creo que después de eso ambos nos dedicamos a terminar los ejercicios del día sin decir mucho más.”

El interior de mi boca se siente inusualmente seco. Nada de lo que me acaba de decir tiene sentido.

Al menos no para mí.

Su expresión ahora denota cierta concentración, como si intentase descifrar lo que pienso. ¿Acaso no me está diciendo la verdad?  Confiando en mis pobres dotes actorales pretendo mentirle en su hermosa cara.

-“Tienes toda la razón, ahora lo recuerdo.” Para no dejar mi pregunta inicial en el aire, agrego. “Seguramente me dormí cuando terminaba el ejercicio número tres. Vaya que la factorización es aburrida.” Espero que mi torpe intento de broma logre apañar la poco convincente actuación.

Aun escudriña mi rostro con sus vibrantes ojos azules. Antes de que me ponga más nervioso, ajusto mi mochila y con la intención de irme lo antes posible me despido.

-“Bueno, iré a comer antes de que se acabe el receso. Nos vemos después.” Me dispongo a darme la vuelta para caminar hacia la mesa que ocupa mi grupo de amigos cuando…

-“¡Espera! Otra vez tengo que ir por unas cosas al centro de la ciudad. No me importaría tener algo de compañía para el trayecto.”

Ahora es ella la que no se ha tragado mi intento de engaño.
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