Miranda

En las calles animadas de Ciudad Central, la vida urbana fluía con una energía inagotable, marcando cada rincón de la ciudad con una innata alegría. Los imponentes rascacielos de acero y vidrio se alzaban hacia el cielo, testigos silenciosos del ir y venir de sus habitantes. En esos días, las calles estaban llenas de una diversidad de personas que reflejaban la riqueza cultural de la metrópolis. Profesionales apresurados se abrían paso entre la multitud en sus trajeados impecables, mientras que grupos de amigos se reunían en las esquinas, compartiendo risas y conversaciones animadas. Familias enteras paseaban por los parques, los niños correteaban entre juegos infantiles y los ancianos disfrutaban del sol en los bancos de la plaza central. La ciudad respiraba con la vitalidad de sus habitantes, cada uno contribuyendo a tejer la compleja obra de la vida urbana, con sus propias historias y experiencias. Aquellos días, ahora envueltos en el suave velo de la nostalgia, dejaron su marca indeleble en la memoria colectiva de quienes alguna vez llamaron a Ciudad Central su hoga...

Desapareció.

Sí, desapareció.

El paisaje desolador de Ciudad Central se extendía como un testimonio sombrío de la devastación absoluta. Donde antes se alzaban orgullosos rascacielos y bulliciosas calles, ahora solo quedaba un mar de escombros reducidos a polvo, mezclados con arena, tierra y pedazos de un pegajoso chicle. La huella de la zapatilla, habiendo dejado surcos profundos en el suelo, era la única evidencia visible de la tragedia que había asolado la ciudad. Los restos retorcidos de lo que una vez fueron edificios y vehículos yacían irreconocibles dispersos por doquier, quedando sepultado todo rastro de vida. Pero lo más desgarrador de todo era el silencio, un silencio tan profundo y ominoso que parecía absorber incluso el eco de los gritos que nunca llegaron a ser pronunciados. Los habitantes de Ciudad Central, reducidos a un pastoso charco rojo de sangre y vísceras, yacían dispersos por las calles, testigos mudos de una tragedia sin nombre. En medio de la desolación, solo quedaba la quietud sepulcral, un sombrío recordatorio de la fragilidad de la vida y la implacable fuerza del destino.

O la fuerza de un paso despreocupado.

Miranda siguió como si nada su paseo hacia casa. No se había percatado de la existencia de aquellos micros a los que acababa de aniquilar. Si al menos hubiesen sido minis, tal vez habría notado levemente los más altos rascacielos como ligeras piedrecitas bajo la suela de su zapato. Pero no, era micros, tan pequeños como microbios, Sus metrópolis más colosales apenas llegaban a medir un milímetro de diámetro. Y presentes en el suelo de la calle… era tan solo cuestión de tiempo que ocurriese el desastre.

En defensa de aquellos micros, ha de decirse que habían construido su ciudad en un callejón poco concurrido. Sin embargo, Miranda había visto a lo lejos a un antiguo compañero de colegio por el camino que ella solía siempre tomar cuando iba de la tienda a su casa. Así que por el mero hecho de no tener que saludarlo, había decidido cambiar su ruta por el callejón. Así que sí, millones de micros habían sido apisonados por la zapatilla de Miranda, junto con su ciudad y toda su historia de existencia, solo porque ella no quería pasar unos segundos de vergüenza mientras saludaba a su antiguo compañero de colegio.

Aunque bueno, no penséis mal de ella. Miranda no era para nada malvada. Todo lo contrario, de hecho, siempre estaba dispuesta a ayudar a los más débiles. Pero claro, cuando eres tan débil que te vuelves imperceptible, y un humano pisa tu ciudad, pues tampoco puedes reprochárselo. Aquellas cosas sucedían de vez en cuando. Por lo menos, para Miranda no significó nada, solo un paso más de los centenares que daba a lo largo de su paseo. Si hubiese sabido de la ex-existencia de aquellos micros, probablemente se hubiese sentido consternada por la culpa. No obstante, como no había sido así, ella siguió escuchando música por sus auriculares, tan feliz, con la bolsa de la compra en una mano. Cansada, deseando llegar a casa para darse un buen baño. A veces pensaba que su vida era muy dura y frustrante.

Miranda era una chica adolescente que poco a poco ya entraba en la adultez. Tenía 21 años, y vivía en una ciudad bastante normal, ni muy grande ni muy pequeña. Su voluminoso y largo cabello negro le caía levemente ondulado por los hombros, descendiendo hasta la parte media de la espalda. Su cara era redondeada, con prominentes mofletes y labios carnosos. Los ojos eran grandes y oscuros, y sus pestañas bastante largas. Su piel era muy blanquecina. Medía 1,75 metros, por lo que solía destacar en estatura respecto al resto de chicas.

Al fin llegó a casa. Abrió la puerta y saludó a su madre y a su hermanita pequeña.

La madre, Sofía, era muy similar en aspecto a Miranda. Tenía 44 años, pero aparentaba juventud plena. La hermanita se llamaba Victoria.

—¡Ya llegué, mamá! —gritó Miranda, dejando la bolsa con las cosas que Sofía le había mandado ir a comprar en la cocina.

—Hola, cariño —saludó la madre, con un tono calmado.

—Me voy a bañar. Dile a Victoria que no se meta en el cuarto de baño.

Sofía subió las escaleras y sacó a su hija menor de la bañera. Ella siempre solía quedarse largo tiempo jugando allí, así que su madre tenía que ir a sacarla a rastras.

—¿A quién me recordará? —preguntó la madre, forcejeando para sacar a la niña por la puerta del baño—. Las dos tenéis la misma energía y fuerza imperiosas. Se nota que sois hermanas.

—Seguramente es porque te empeñaste en apuntarnos a clases de varios deportes desde pequeñas. Victoria parece muy en forma para su edad, aunque no creo que me gane jamás jugando al rugby. —Miranda sonrió y levantó ambos brazos, mostrando unos bíceps realmente desarrollados para ser una chica adolescente. Luego se rio a carcajadas, divertida. Su madre la imitó, y Victoria seguía pataleando en el aire.

—¿Vas a darles de comer a tus amiguitos antes de bañarte? —pregunto Sofía.

—No. Lo última vez que hice eso, el hedor de mis cuerpo los atosigó. No quiero causarles tanto desagrado.

Dicho eso, Miranda se metió al baño, se desnudó e introdujo su atlético cuerpo en el agua tibia.

Su cuerpo era asombroso. Cada músculo estaba debidamente desarrollado. La espalda estaba curtida, y el estómago marcado por unos vistosos abdominales. Los senos se mantenían firmes, pero eran bastante más grandes que la media, así algo sí que caían por su propio peso. Sus caderas se veían anchas, y los muslos poderosos. Todo esos rasgos no se apreciaban tanto con la ropa puesta.

Salió de la bañera, se secó y vistió. Fue a su habitación. Le gustaba la ropa oscura, a juego con su pelo y ojos. Ese día iba a ir a la universidad, así que aprovechó para ponerse un vestido de color azul apagado, el cual estaba muy escotado, dejando al aire la mitad de dos pechos que, según las amigas que le habían suplicado que se lo pusiera, significaría un impacto tremendo para cualquier chico que se le cruzase en su camino.

Miranda era muuuy bella, por si no lo habíais imaginado ya. Había tenido multitud de novios, sin embargo nunca había terminado de congeniar por completo con alguno.

Por fin apartó la mirada del espejo de cuerpo entero en la esquina del cuarto. Dos gruesas botas negras de militar resonaban a cada paso. También se las habían recomendado sus amigas, pues realzaba su figura y la volvía todavía más alta. Cuando Miranda

 las llevaba puestas sentía una extraña sensación…, una sensación de poder.

Aunque, cuando más poder sentía, era cuando apoyaba ambas manos en ambos extremos del escritorio y agachaba la cabeza, observándolo todo justo encima del terrario.

El terrario era una simple cajita de plástico que en algún momento había comprado por su contenido: unos cuantos paquetes de chicle y gominolas. Pero hace tiempo lo vacío y limpio, lo llenó de hierbajos, tierra y piedritas, y con ello creó el ecosistema que en ese momento ella estaba mirando desde las alturas. Aquellos instantes la hacían sentir bien. Bueno, no solo bien. La hacían sentir una auténtica diosa. Estando de pie frente al escritorio donde estaba situado el terrario, dominado por una civilización de minis (no micros, sino minis). Estos habían construido varias ciudades enteras dentro de la cajita de chicles y gominolas (la cual medía unos 30x40 cm de extensión). Se habían servido del sencillo ecosistema para progresar. En ese momento, estaban en una era medieval avanzada. Pero cuando Miranda los había comprado en la tienda de mascotas hacía tres años, estos solo habían comenzado a construir sus primeros asentamientos feudales.

«Avanzan tan rápido…», pensó Miranda, cerniéndose sobre ellos en toda su enormidad. Las paredes del terrario de plástico eran tan altas para los minis que en su mentalidad las veían como barreras imposibles de atravesar, la cuales habían sido puestas ahí por la voluntad de Dios (Lo habéis adivinado, ese “Dios” para ellos era Miranda. Aunque a veces también veían a su madre y hermana, lo cual los solía desconcertar mucho).

Miranda bajó la cabeza para poder ver algo más que simples manchas marrones de construcción en un paisaje de hierbajos y musgo. Desde el punto de vista de los minis, aquella matutina acción era tan importante que no había campanario en todo el terrario que no resonase.
La joven apartaba su cabello para que este cayese lejos del terrario.

Todos quedaban encantados, sin respiración, con la belleza de Miranda. Sin duda se veía como una diosa, con su rostro cubriendo todo el firmamento. Cada ojo lo observaba todo. Nadie podría escapar jamás a su mirada omnipresente. La joven había aprendido a controlar la respiración para no armar un desastre, como las primeras veces había sucedido. Mantenía los carnosos labios sellados y no pestañeaba por el mismo motivo.

Miranda siguió bajando la cabeza, y bajándola… Casi parecía que su respingona naricilla los iba a devastar como si de un meteorito se tratase. Sin embargo, ella lo tenía todo calculado. En cuando sus pechos chocaron contra el escritorio (fuera del terrario), supo que había alcanzado el límite. Era solo una forma de medirlo, pero a los minis les impresionaba, debido a que Miranda siempre descendía la cabeza hasta exactamente la misma altura cada día. Para ellos era una prueba de sabiduría y control absolutos. No obstante, para Miranda era solo un truquillo que tenía ya medido.

Durante su observación, se percató de que los cultivos seguían siendo insuficiente para alimentar a toda su población de minis, lo cual la irritaba.

Se distanció veloz del terrario, regresando a su posición de máxima altitud.

—Debéis trabajar más los cultivos. La gente está pasando hambre —dijo con voz solemne. No le gustaba hablar mal a sus mascotas, pero debía actuar con firmeza en su papel de diosa protectora.

Tenía razón. Durante su vistazo, había vista a muchedumbres tiradas en las calles, consumidos, esqueléticos. Faltaba comida en el reino.

—Lo sentimos, oh, su grandiosa divinidad —respondió de rodillas, aterrado, un alto prelado encargado de comunicarse con Dios. Sin embargo, Miranda no podía escucharlo. El prelado hacía como que charlaba con ella, pero en realidad Miranda hablaba sin tener en cuenta una posible respuesta. Esto provocaba que a veces ella dijese cosas sin correlación con lo que el prelado le estuviese diciendo, o que lo interrumpiese constantemente. Pero claro, era Dios. ¿Quién iba a reprocharle a Dios?

—No tenemos suficientes recursos como para producir más… —continuaba diciendo el prelado, hasta que Miranda lo interrumpió abriendo la boca, de la que su voz preponderante salió haciendo temblar las murallas de las ciudades.

—Os volveré a dar algo de comida, pero esto no debe ser así. Vosotros tenéis que subsistir por cuenta propia.

Miranda se llevó las manos a la cintura, con expresión seria. Ella pensaba que los recursos del terrario eran suficientes para que se hiciesen los cultivos que demandaba. Sin embargo, ella desconocía que no lo eran. Desde su cómodo punto de vista, lo creía algo sencillo, pero es que simplemente era imposible para los minis sacar más semillas de donde no había más que sacar.

—Muchísimas gracias, su grandiosa divinidad… —estaba diciendo el prelado, pero antes de que terminara de despedirse, Miranda se giró y se marchó sin más de la vista de los minis. Ella nunca se imaginaba que de verdad había un hombre que todos los días se encargaba en vano de atenderla. Para ella habría significado un acto irreverente que hubiese preferido evitar, por respeto a sus habitantes mascota. Para los minis, era tan solo la naturaleza indiferente de un dios.

Miranda llegó a la cocina y agarró un pedacito de la zanahoria que su madre estaba cortando para hacer la comida de Victoria.

            —Miranda, cariño, ¿no les compraste comida de su tamaño? Podría ser peligroso que les des un trozo tan grande de zanahoria —le advirtió su madre.

El trocito en cuestión no era mayor que la yema del dedo índice de la joven, pero desde luego para los minis sería otra historia.

            —Mamá… —respondió la hija con desgana—, no me he acordado esta vez. Además, ellos deben autoabastecerse. Los tengo demasiado mimados.

Dicho eso, Miranda volvió a su habitación. Se asomó al terrario y fue a dejar rápidamente el trocito de zanahoria en algún punto en el que no aplastase nada. Tenía prisa, pues sus clases en la universidad empezarían pronto.

            «Aquí mismo», pensó, y soltó el trocito a unos centímetros de una de las ciudades. No obstante, lo soltó demasiado arriba, por lo que al caer, aparte de aplastar a un par de pobres campesinos que pasaban por allí y que la joven no había visto, el suelo tembló. Un leve terremoto surgió con el impacto del trocito de zanahoria, y un importante segmento de la muralla de aquella ciudad se vino abajo. Al menos no murió nadie más, pero sí hubo heridos.

            —Ups, lo siento —se disculpó sin más Miranda, repasando con la mirada la escena y pensando que nadie había muerto—. Disculpadme, en serio. Esto no habría pasado si os hubieseis esforzado con los cultivos.

Sin más, se retiró y salió de casa, corriendo hacia la universidad.

Y atrás dejaba sembrado el terror y el pánico entre sus frágiles mascotas, traumatizadas por el desastroso evento que acababan de vivir.

Miranda

In the lively streets of Central City, urban life flowed with inexhaustible energy, marking every corner of the city with an innate joy. The imposing steel and glass skyscrapers rose towards the sky, silent witnesses to the comings and goings of their inhabitants. In those days, the streets were filled with a diversity of people reflecting the cultural richness of the metropolis. Hurried professionals made their way through the crowd in their impeccable suits, while groups of friends gathered on the corners, sharing laughter and animated conversations. Entire families walked through the parks, children ran around playing games and the elderly enjoyed the sun on the benches in the central square. The city breathed with the vitality of its inhabitants, each one contributing to weaving the complex work of urban life, with their own stories and experiences. Those days, now shrouded in the soft veil of nostalgia, left their indelible mark on the collective memory of those who once called Central City their home...

It disappeared.

Yes, it disappeared.

The desolate landscape of Central City stretched out like a grim testimony to the absolute devastation. Where once stood proud skyscrapers and bustling streets, now there was only a sea of rubble reduced to dust, mixed with sand, dirt, and pieces of sticky chewing gum. The shoe print, having left deep grooves in the ground, was the only visible evidence of the tragedy that had devastated the city. The twisted remains of what were once buildings and vehicles lay unrecognizable, scattered everywhere, all traces of life buried. But the most heartbreaking of all was the silence, a silence so deep and ominous that it seemed to absorb even the echo of the screams that were never uttered. The inhabitants of Central City, reduced to a pasty red puddle of blood and viscera, lay scattered throughout the streets, mute witnesses of a nameless tragedy. Amid the desolation, only the sepulchral stillness remained, a grim reminder of the fragility of life and the implacable force of destiny.

Or the strength of a carefree step.

Miranda continued walking her home as if nothing had happened. She had not realized the existence of those micros that she had just annihilated. If they had at least been minis, perhaps she would have slightly noticed the tallest skyscrapers like light pebbles under the sole of her shoe. But no, they were micros, as small as microbes, the most colossal metropolises in it barely measured a millimeter in diameter. And present on the ground of the street... it was only a matter of time before disaster occurred.

In defense of those micros, it must be said that they had built their city in an uncrowded alley. However, Miranda had seen an old schoolmate in the distance on the path she always took when she went from the store to her house. So for the sake of not having to greet him, she had decided to change her route through the alley. So yes, millions of micros had been trampled by Miranda's sneaker, along with her city and her entire history of existence, just because she didn't want to spend a few seconds of embarrassment while she greeted her old schoolmate. her.

Well, don't think badly of her. Miranda wasn't evil at all. Quite the opposite, in fact, she was always willing to help the weakest. But of course, when you are so weak that you become imperceptible, and a human steps on your city, well, you can't blame him either. Those things happened from time to time. At least, for Miranda it meant nothing, just one more step of the hundreds she took along her walk. If she had known of the ex-existence of those bugs, she probably would have felt dismayed by guilt. However, since that had not been the case, she continued listening to music through her headphones, so happy, with the shopping bag in one hand. She is tired, wanting to get home to take a good bath. She sometimes thought that her life was very hard and frustrating.

Miranda was a teenage girl who was slowly entering adulthood. She was 21 years old, and she lived in a fairly normal city, neither too big nor too small. Her voluminous, long black hair fell slightly in waves over her shoulders, descending to the middle of her back. Her face was rounded, with prominent cheeks and full lips. Her eyes were large and dark, and her eyelashes were quite long. Her skin was very whitish. She was 1.75 meters tall, so she used to stand out in height compared to the rest of the girls.

She finally came home. She opened the door and greeted her mother and her little sister.

Her mother, Sofía, was very similar in appearance to Miranda. She was 44 years old, but she looked completely young. Her little sister was called Victoria.

—I'm here, mom! —Miranda yelled, leaving her bag withthe things that Sofía had told him to go buy in the kitchen.

"Hello, sweetheart," her mother greeted, with a calm tone.

-I'm going to have a bath. Tell Victoria not to go into the bathroom.

Sofia went upstairs and took her youngest daughter out of the bathtub. She always used to stay there for a long time playing, so her mother had to go drag her out of her.

—Who will it remind me of? the mother asked, struggling to get the girl out the bathroom door. You both have the same imperious energy and strength. It is obvious that you are sisters.

—Surely it's because you insisted on signing us up for classes in various sports since we were little. Victoria seems very fit for her age, although I don't think she'll ever beat me at rugby. —Miranda smiled and raised both arms, showing some really developed biceps for a teenage girl. She then laughed out loud, amused. Her mother imitated her, and Victoria continued kicking in the air.

—Are you going to feed your little friends before you take a bath? —Sofia asked.

-No. The last time I did that, the stench of my bodies overwhelmed them. I don't want to cause them so much displeasure.

With that, Miranda went into the bathroom, undressed, and lowered her athletic body into the warm water.

Her body was amazing. Every muscle of her was properly developed. Her back was tanned, and her stomach was marked by showy abs. Her breasts remained firm, but they were much larger than average, so they did droop somewhat due to her own weight. Her hips looked wide, and her thighs powerful. All those features were not so appreciated with her clothes on.

She got out of the bathtub, dried herself and dressed. She went to her room. She liked her dark clothes, matching her hair and eyes. That day she was going to go to university, so she took the opportunity to put on a dull blue dress, which was very low-cut, exposing half of two breasts which, according to the friends who had begged her to wear it, would mean a tremendous impact on any boy who crossed his path.

Miranda was soooo beautiful, in case you hadn't already imagined it. She had had many boyfriends, however she had never fully hit it off with any of them.

She finally looked away from the full-length mirror in the corner of her room. Two thick black military boots clicked with every step. Her friends had also recommended them to her, as they enhanced her figure and made her even taller. When Miranda

  Wearing them she felt a strange sensation..., a sensation of power.

Although, when she felt the most power, it was when she rested both hands on both ends of the desk and lowered her head, observing everything right above the terrarium.

The terrarium was a simple plastic box that she had bought at some point for its contents: a few packages of gum and jelly beans. But long ago it was empty and clean, she filled it with weeds, dirt and pebbles, and with this she created the ecosystem that at that moment she was looking at from above. Those moments made her feel good. Well, not just good. They made her feel like a true goddess. Standing in front of the desk where the terrarium was located, dominated by a civilization of minis (not micros, but minis). They had built several entire cities inside the box of gum and jelly beans (which measured about 30x40 cm in length). They had used the simple ecosystem to progress. At that time, they were in an advanced medieval era. But when Miranda had bought them at the pet store three years ago, they had only begun to build their first feudal settlements.

"They're moving so fast..." Miranda thought, looming over them in all their enormity. The walls of the plastic terrarium were so high for the minis that in their mentality they saw them as barriers impossible to cross, which had been put there by the will of God (You guessed it, that “God” for them was Miranda. Although Sometimes they also saw their mother and sister, which used to disconcert them a lot).

Miranda lowered her head so she could see more than just brown construction splotches in a landscape of weeds and moss. From the minis' point of view, that morning action was so important that there was no bell tower in the entire terrarium that did not resonate.

The young woman moved her hair away from her so that it fell away from the terrarium.

Everyone was breathlessly enchanted by Miranda's beauty. She certainly looked like a goddess, with her face covering the entire firmament of her. Each eye observed everything. No one could ever escape her ever-present gaze. The young woman had learned to control her breathing so as not to make a mess, as had happened the first few times. She kept her full lips sealed and did not blink for the same reason.

Miranda continued lowering her head, and lowering it... It almost seemed that her upturned little nose was going to devastate them as if it were a meteorite. However, she told youeverything was calculated. As soon as his breasts hit the desk (outside the terrarium), she knew he had reached his limit. It was just a way of measuring it, but the minis were impressed, because Miranda always lowered her head to exactly the same height every day. For them it was a test of absolute wisdom and control. However, for Miranda it was just a little trick that she had already figured out.

During her observation, she noticed that the crops were still insufficient to feed her entire population of minis, which irritated her.

She quickly distanced herself from the terrarium, returning to her highest altitude position.

—You must work the crops more. "People are starving," she said in a solemn voice. She did not like to speak like that to her pets, but she had to act firmly in the role of her protective goddess.

She was right. During her visit, she had seen crowds lying in the streets, wasted, skeletal. There was a lack of food in the kingdom.

"We are sorry, oh, the great divinity of her," responded a high prelate in charge of communicating with God on his knees, terrified. However, Miranda couldn't hear him. The prelate pretended to be speaking with her, but in reality Miranda was talking without taking into account a possible response. This caused her to sometimes say things that had no correlation with what the prelate was telling her, or to cause her to constantly interrupt him. But of course, she was God. Who was going to reproach God?

"We do not have enough resources to produce more..." the prelate continued saying, until Miranda interrupted him by opening her mouth, from which her predominant voice came out, making the walls of the cities tremble.

—I will give you some food again, but this should not be like this. You have to survive on your own.

Miranda put her hands on her waist, her expression serious. She thought that the resources in the terrarium were sufficient to grow the crops she demanded. However, she did not know that they were not. From her comfortable point of view, she thought it was something simple, but it was simply impossible for the minis to get more seeds from where there was nothing more to get.

"Thank you very much, her great divinity..." the prelate was saying, but before he finished saying goodbye to her, Miranda turned and left without even seeing the minis. She never imagined that there really was a man who took care of her every day in vain. For her it would have meant an irreverent act that she would have preferred to avoid, out of respect for her pet inhabitants. To the minis, it was just the indifferent nature of a god.

Miranda came to the kitchen and grabbed a piece of the carrot that her mother was cutting to make Victoria's food.

—Miranda, honey, didn't you buy them food in their size? It could be dangerous for you to give them such a large piece of carrot,” her mother warned her.

The little piece in question was no bigger than the tip of the young woman's index finger, but of course for the minis it would be another story.

"Mom..." the daughter responded reluctantly, "I haven't remembered this time." Furthermore, they must be self-sufficient. I have them too spoiled.

With that, Miranda returned to her room. She looked into the terrarium and quickly left the piece of carrot somewhere where she wouldn't crush anything. She was in a hurry, because her college classes would start soon.

"Right here," she thought, and she dropped the little piece a few inches from one of the cities. However, she let it go too high, so when it fell, apart from crushing a couple of poor peasants who were passing by and whom the young woman had not seen, the ground shook. A slight earthquake arose with the impact of the carrot piece, and an important segment of that city wall collapsed. At least no one else died, but there were injuries.

"Oops, sorry," Miranda apologized without further ado, looking over the scene and thinking that no one had died. Excuse me, seriously. This would not have happened if you had made an effort with the crops.

Without further ado, she withdrew and left the house, running towards the university.

And behind she left terror and panic among her fragile pets, traumatized by the disastrous event they had just experienced.

Miranda – Nina – Rosa –
David – Irene

Miranda siguió el camino de siempre para ir a la universidad.
Había empezado el último año de estudios, y su profesora Irene había avisado de
que iban a empezar un proyecto importante ese día.

Llevaba sus auriculares, escuchando música pop noventera,
dando pasos al ritmo de la música, distraída como siempre que salía a caminar.
Sus botas militares oscuras producían un sonido de sargento paseándose entre
las filas de una tropa de reclutas sin adiestrar en plena guerra.

Y por si os lo preguntabais, no. Esta vez no aplastó ninguna
ciudad de micros, ni minis, ni tampoco a ninguno de ellos que hubiese decidido
alejarse de su núcleo urbano. Aunque los habitantes de una ciudad (astutamente
construida en el borde de la calle), la vieron pasar de lejos mientras ella
agitaba la cabeza y chasqueaba los dedos, absorta en la melodía proveniente de
los auriculares.

Lo que Miranda sí que aplastó fue a unas cuantas hormigas. Lo
cierto es ya hacía tiempo que había comenzado la primavera, y la zona alrededor
de la universidad estaba repleta de hormigas desplazándose en hileras, transportando
comida. Los cuerpecitos de aquellos insectos no tuvieron nada que hacer contra
la inmutabilidad de las botas, dejando sus cadáveres apisonados en el suelo
como una pasta informe que pronto las otras hormigas comenzaron a llevarse.
Como podréis imaginar, Miranda ni se percató de la presencia de las hormigas.

La joven se encontró con su mejor amiga en la puerta de la
universidad. Ella se llamaba Rosa, y tenía la misma edad que Miranda. Su
cabello castaño claro le llegaba por lo hombros, y sus ojos eran verdes. Vestía
una camisa formal y una falda corta que le llegaba por la mitad de los muslos.
La prenda superior la llevaba desabrochada por la parte del escote, pues
siempre se le rompía ese botón al intentar cerrar el hueco, debido a sus
generosos senos. Era más bajita que Miranda (1,66 cm), y presentaba un cuerpo
algo más graso y ancho, hasta el punto de que su abdomen se veía redondeado y
blando. Podría parecer por esta descripción que Rosa tenía sobrepeso, pero en
realidad solo estaba ligeramente por encima de la media. Lo que pasaba era que
comparado con el cuerpo tan atlético de Miranda, llegaba a aparentar algo de
gordura.

—¡Hola! —Rosa vio a su amiga a lo lejos y sonrió
agitando el brazo de un lado al otro. Fue corriendo hacia Miranda—. ¡Guau! ¡Te
has puesto el vestido que te recomendamos! —exclamó, muy alegre—. ¡Te ves
increíble con él puesto!

—Gracias. —Le devolvió la sonrisa—. ¡Tú también te ves
genial con eso!

—A que sí. —Dio un giro rápido sobre la puntera de un
pie, como una ágil bailarina. La falda ondeó levemente siguiendo el
movimiento—. Bueno, te estaba esperando. Vamos a clase ya o llegaremos tarde.

Ambas chicas se adentraron por los pasillos de la
universidad, dirigiéndose al módulo donde ellas cursaban: La Academia de
Dioses. Era un nombre antiguo para aquel curso de estudios, pues hoy en día
sonaba tal vez… algo egocéntrico. Aunque nadie podía negar lo evidente.

Ante el aula de la clase, las jóvenes se toparon con Nina y
David, dos de sus compañeros de clase. Nina era una chiquilla muy bajita (1,43
cm), aunque tenía la misma edad que el resto. Lucía un cabello corto (no tan
corto como el que solían llevar los chicos, pero era bastante corto), de color
amarillo rubio, y sus ojos eran azules como un cielo sin nubes. Llevaba gafas
redondeadas de color rosa, y ropa algo infantil. En cuanto a su figura,
resaltaba su falta de curvas. Sí, era una completa tabla, y su tez parecía
resplandecer de lo exageradamente blanca que era. De hecho, muchos consideraban
su color de piel como una mutación genética ligada al albinismo. En resumen,
Nina tenía una apariencia muy peculiar, parecía un personaje sacado de otro planeta.
Se rostro no tenía ni una sola imperfección, era lisa y suave a más no poder.
Su cuerpecito se veía frágil como el cristal, tan delgada que hasta podrías
preguntarte si de verdad alimentaban bien a la muchacha. Por si no había
quedado claro, era incluso más bella que Miranda, lo cual era complicado.

Y David, a su lado, lo sabía bien.

Estaba perdidamente enamorado de Nina, pero era muy tímido y
no se atrevía a declararse. Él se elevaba sobre ella con sus 1,87 cm de altura,
lo que provocaba que Nina le llegase apenas a la altura del pecho. No había
mucho que destacar de su apariencia. Tenía el cabello corto como cualquier
chico, de un castaño claro como el de Rosa. Vestía de camisa y jeans azules.
También era considerado atractivo por las chicas.

Rosa le dio dos toques en el hombro a Miranda.

—Anda, ve a hablarle, que seguro que cae rendido a tus
pies nada más ver esas tremendas tetas que cargas —le susurró Rosa entre
risitas.

—Rosa… —exclamó Miranda—, está claro que a David le
gusta Nina. Lo sabe toda la universidad, menos la propia Nina, según parece.

A Miranda le parecía muy tierna la actitud de David cuando
interactuaba de cualquier manera con Nina. Siempre estallaba en rubor y
tartamudez. Era algo que admiraba de David, de los poquísimos chicos a los que
parecía darles completamente igual el tamaño de los pechos a la hora de
enamorarse.

Bueno, era de los poquísimos chicos que había en La Academia
de Dioses, pues el rol de dios protector solía siempre ser más habitual en
mujeres. Por temas de instintos maternales, supongo.

—¡Miranda, Rosa! —voceó Nina nada más verlas, corriendo
hacia ellas dos. David se quedó tieso en el sitio, devastado—. ¡Por favor,
decidme que os asegurasteis de no pisar ninguna ciudad de micros por el camino!

Ella siempre tan preocupada… Llegaba a ser obsesivo, a veces.
Nina respetaba a las especies más pequeñas como a sus completos iguales. Nunca
se veía a sí misma como una diosa, ni quería serlo. Lo que quería con todo su
corazón era salvar a los débiles, y hacer de sus vidas algo tan feliz y digno
como la vida de cualquier humano. Con su insistente preocupación molestaba
siempre a todo el mundo, haciendo verdaderos interrogatorios para asegurarse de
que se seguían estrictos protocolos para evitar desastres.

—Nina…, yo… —Miranda no sabía cómo explicarle que iba
siempre distraída (como prácticamente todo el mundo, aunque ella destacaba en
abstraerse al escuchar música).

            «Bueno, no
sé si alguna vez habré pisado una ciudad sin querer», pensó. «Pero no lo creo.
Supongo que debe de ser casi imposible que algo así ocurra». (Spoiler: no lo
era).

El aula de clase estaba llena de gente. Miranda y compañía
tomaron cuatro asientos juntos, dispuestos en un cuadrado de 2x2, al frente de
la clase. Entró la profesora Irene, una de las docentes que se encargarían de impartir
conocimiento allí.

Su figura era delgada y bastante alta (1,70 cm). Tenía 43
años. El cabello rubio oscuro le caía, con mechas de un amarillo más claro, por
los hombros. Sus curvas eran generosas, pues había tenido a su segundo hijo
hacía poco tiempo, por lo que el traje blanco que normalmente le queda bien,
ahora se notaba apretado por la zona de los senos, que se marcaban notablemente
en su cerrada ropa.

Aunque, lo que más destacaba de su aspecto no era ni mucho
menos su físico, ni tampoco su ropa, sino el hecho de que llevaba colocados a
lo largo del cuerpo varios anillos grandes, como halos de ángel que flotaban en
el aire, pareciendo apresarla. Sin embargo, la seguían al caminar, sin
interrumpir su avance por el frente del aula en lo absoluto.

—Saludos…

(Aquí iría una tediosa presentación por parte de la profesora
a sus alumnos, ya que algunos eran nuevos, pero me la voy a saltar porque no es
relevante).

El caso es que Irene por fin explicó qué eran todos aquellos
anillos mecánicos que levitaban alrededor de su cuerpo.

—Esto es una “estación espacial”, construida
enteramente por una civilización de micros.

Aquella declaración dejó boquiabiertos a todos. Eso nadie se
lo esperaba. ¿Micros? ¿Llegar a una era de colonización espacial? ¿QUÉ?

Se vieron algunas naves sobrevolar el cuerpo de Irene en
grandes grupos, como minúsculas moscas desde la perspectiva de los humanos. Sin
embargo, desde el punto de vista de los micros en el interior de las naves,
estas eran vastos vehículos voladores propulsaros por grandes reactores
futuristas.

Las naves hacían su ruta diaria de entrenamiento alrededor de
Irene, volando por lugares específicos de manera coordinada, para crear un
hermoso espectáculo. Se asemejaban a bancos de peces enanos nadando juntos y
rodeando el cuerpo más grande de otro animal marino, microcando protección de
este.

No obstante, por un fallo de comunicación, Irene no les había
advertido a los tripulantes de las naves que pasaban frente a su pecho de la
llegada de su reciente hijo. Quizás fuese porque Irene no quería aceptar que
sus senos habían engorado tras el parto. Debido a que ella habría sentido
vergüenza al admitirlo, decidió no decir nada.

El resultado fue que una de las naves, la que pasaba en su
ruta normal más cerca del pecho de Irene, no se esperase el repentino crecimiento
de este. Los tripulantes no pudieron girar a tiempo, y la nave terminó
colisionando brutalmente contra el seno izquierdo de Irene, explotando en polvo.
217 micros murieron al instante. Ni ella ni nadie se percataron del accidente
en un primer momento, por lo que la profesora siguió impartiendo la clase como
si nada hubiese sucedido.

—Seguramente os estéis preguntando cómo mi civilización
de micros a alcanzado este punto de desarrollo —dijo Irene ante la clase, con
un tono de voz firme—. Ya sabéis bien que los minis y los micros se desarrollan
científica y tecnológicamente mucho más deprisa que nosotros. Pueden incluso
llegar hasta este punto, mucho más avanzado que en el caso de nuestra propia
civilización humana. ¿Cómo lo logré? Dedicándole toda mi vida y todo mi amor y
cariño a ellos. Gracias a mi protección, mis micros consiguieron desarrollar
una civilización futurista en este mundo tan hostil para ellos. Y gracias a sus
avances y su inteligencia, yo he podido investigarlos para escribir un artículo
científico que ayudará a la humanidad a desarrollarse.

Así es. Ese era exactamente el propósito de La Academia de
Dioses: formar a humanos que protejan a los más débiles, para que ellos
encuentren, con su inteligencia superior, claves para obtener el progreso de la
civilización.

Ese era el Equilibrio de esta sociedad.

Los alumnos aplaudieron.

—Es maravilloso… —comentó Nina, encantada con la idea
de llevar hasta ese punto a una civilización de micros. Ella sentía que era una
manera de empoderarlos, de hacerles ver que podían ser tan importantes como
cualquier humano.

Irene agarró una bandeja, la cual había dejado al entrar
sobre la mesa del profesor. Sobre esta había 34 micro-terrarios. En cada uno de
ellos había una civilización de micros en una era prehistórica. Se desplazaban
como nómadas por los campos desde su punto de vista extensos, en taparrabos,
cazando y recolectando a su antojo por el paisaje. Eso sucedía simultáneamente
en 34 terrarios enanos, aislados unos de otros. Cada uno se parecía a un tapón
de botella de refresco puesto bocabajo, lleno de tierra y un ecosistema
artificial. Los micros cavernícolas estaban acostumbrados a la presencia de
Irene en el firmamento, transportándolos por el aire en la bandeja (lo cual
ellos no notaban). Para ellos, ver el rostro de Irene sonriéndoles tiernamente
desde arriba no era más raro que que los micro-árboles tuviesen hojas verdes.

La profesora repartió cuidadosamente un micro-terrario en
cada pupitre. Estos medían el diámetro de la yema de su dedo índice. Los fue
dejando sobre la base de algo parecido a un microscopio, el cual servía para poder
interactuar con los micros sin volverlos papilla en el intento. Había uno de
estos aparatos en cada asiento, uno por alumno.

Vuestra misión a partir de ahora es hacer que esos micros
lleguen a desarrollar una civilización como la de los míos. Sera un proyecto a
largo plazo. Os tomará algo más de treinta años en conseguirlo, pero si actuáis
bien y seguís mis pasos, podría ser bastante antes.

Los alumnos se sobresaltaron. ¿Acabada de decir treinta años?
Era realmente poco tiempo si te parabas a pensar. ¿Los micros podían pasar de
descubrir el fuego a crear naves espaciales en solo treinta años?

«Increíble», pensaron todos.

Nina levantó una mano desde su pupitre. Le resultaba difícil
apartar la vista del terrario de micros en el pedestal frente a ella. ¡Eran tan
monos!

            —¿Por qué
realizaremos el proyecto con micros y no con minis? ¿No sería más fácil
interactuar con ellos? —preguntó.

            —Buena
pregunta. En realidad, está comprobado que los micros se desarrollan un 540%
más rápido que los minis. Así que es tan solo cuestión de eficiencia —explicó
Irene.

            —¿Y cómo
usamos estos… aparatos? —preguntó David, echándole un vistazo a aquel cacharro
parecido a un microscopio. El armatoste principal se elevaba por encima del
terrario. Era una especie de sensor que lo cubría por completo.

            —Esos son los micro-visores. Podéis descargaros una app en vuestros dispositivos móviles para escanear el terrario y ver el interior cómodamente por la pantalla. Podréis ampliar la imagen, alejarla… Será como si estuvieseis jugando a SimCity. La app os abrirá un menú de opciones en el que podréis cambiar absolutamente cualquier propiedad física dentro del terrario. Desde la fuerza gravitatoria, el clima y la temperatura, hasta cosas más específicas como cambiar el ecosistema, la orografía, incluso las propias ciudades que los micros construyan. Recomiendo tener mucho cuidado con estas opciones. No las utilicéis mucho sin preguntarme primero.

Miranda – Nina – Rosa – David – Irene

Miranda followed the usual path to go to university. She had started her last year of studies, and her teacher Irene had warned that they were going to start an important project that day.

She was wearing her headphones, listening to nineties pop music, taking steps to the rhythm of the music, distracted as always when she went for a walk. Her dark military boots made the sound of a sergeant walking through the ranks of a troop of untrained recruits in the midst of war.

And in case you were wondering, no. This time she did not crush any city of micros, nor minis, nor any of them who had decided to move away from her urban center. Although the inhabitants of a city (cunningly built on the edge of the street), saw her passing from afar while she shook her head and snapped her fingers, absorbed in the melody coming from the headphones.

What Miranda did crush was a few ants. The truth is that spring had already begun a long time ago, and the area around the university was full of ants moving in rows, transporting food. The little bodies of those insects had nothing to do against the immutability of the boots, leaving their corpses compacted on the ground like a shapeless paste that the other ants soon began to carry away. As you can imagine, Miranda did not even notice the presence of the ants.

The young woman met her best friend at the university gate. Her name was Rosa, and she was the same age as Miranda. Her light brown hair reached past her shoulders, and her eyes were green. She was wearing a formal shirt and a short skirt that reached the middle of her thighs. Her upper garment was unbuttoned at the neckline, because she always broke that button when trying to close the gap, due to her generous breasts. She was shorter than Miranda (1.66 cm), and she had a somewhat fatter and wider body, to the point that her abdomen looked rounded and soft. It might seem from this description that Rosa was overweight, but in reality she was only slightly above average. What happened was that compared to Miranda's very athletic body, she seemed a little fat.

—Hello! —Rosa saw her friend far away from her and smiled, waving her arm from one side to the other. She ran towards Miranda—. Wow! You've worn the dress we recommend you! —she exclaimed, very happy—. You look amazing with it on!

—Thank you. —She smiled back—. You look great in that too!

—Yup—. She spun quickly on the tip of one foot, like an agile dancer. Her skirt fluttered slightly following the movement—. Well, I was waiting for you. Let's go to class now or we'll be late.

Both girls entered the hallways of the university, heading to the module where they were studying: The Academy of Gods. It was an old name for that course of study, because today it sounded perhaps... somewhat egocentric. Although no one could deny the obvious.

In front of the class room, the young women ran into Nina and David, two of their classmates. Nina was a very short girl (1.43 cm), although she was the same age as the rest. She sported short yellow-blond hair (not as short as what boys usually wore, but it was pretty short), and her eyes were blue like a cloudless sky. She was wearing rounded pink glasses, and somewhat childish clothing. As for her figure, her lack of curves stood out. Yes, she was a complete board, and her complexion seemed to glow from how exaggeratedly white she was. In fact, many considered her skin color to be a genetic mutation linked to albinism. In short, Nina had a very peculiar appearance, she seemed like a character taken from another planet. Her face did not have a single imperfection, she was smooth and soft as could be. Her little body looked fragile like glass, so thin that you might even wonder if her parents were really feeding the girl well. In case it wasn't clear, she was even more beautiful than Miranda, which was complicated.

And David, next to her, knew it well.

He was madly in love with Nina, but he was very shy and did not dare to declare himself. He towered over her with her 1.87 cm height, which caused Nina to barely reach the height of his chest. There wasn't much to note about his appearance. He had short hair like any boy, light brown like Rosa's. He was wearing a blue shirt and jeans. He was also considered attractive by girls.

Rosa tapped Miranda on the shoulder twice.

—Come on, go talk to him, he'll surely fall for you as soon as he sees those tremendous tits you're carrying —Rosa whispered to her between giggles.

—Rosa... —Miranda exclaimed—, it's clear that David likes Nina. The whole university knows it, except Nina herself, it seems.

Miranda found David's attitude very cute when he interacted in any way with Nina. He always broke out and blushing and stuttering. It was something she admired about David, one of the very few guys who didn´t care completely about the size of girl´s breasts when it came to falling in love.

Well, he was one of the very few boys in The Academy of Gods, since the role of protective god always tended to be more common for women. Due to maternal instincts, I suppose.

—Miranda, Rosa! —Nina shouted as soon as she saw them, running towards the two of them. David stood frozen in place, devastated—. Please tell me you made sure not to step into any micro towns along the way!

She was always so worried... she became obsessive, sometimes. Nina respected the smaller species as her complete equals. She never saw herself as a goddess, nor did she want to be one. What she wanted with all her heart was to save the weak, and make their lives as happy and worthy as the life of any human. With her insistent concern, she always bothered everyone, doing real interrogations to ensure that strict protocols were followed to avoid disasters.

—Nina…, I… —Miranda didn't know how to explain to her that she was always distracted (like practically everyone else, although she stood out for zoning out when listening to music).

«Well, I don't know if I've ever accidentally set foot in a city», she thought. «But I do not think so, I guess it must be almost impossible for something like that to happen». (Spoiler: it wasn't).

The classroom was full of people. Miranda and company took four seats together, arranged in a 2x2 square, at the front of the class. Professor Irene entered, one of the teachers who would be in charge of imparting knowledge there.

Her figure was slim and quite tall (1.70 cm). She was 43 years old. Her dark blonde hair fell, streaked with lighter yellow, over her shoulders. Her curves were generous, as she had recently had her second child, so the white suit that normally fits her now felt tight around her boobs, which stood out noticeably on her breasts, closed her clothes.

Although, what stood out most about her appearance was not her physique, nor her clothes, but the fact that she had several large rings placed along her body, like angel halos that floated in the air, seeming to capture her. However, they followed her as she walked, without interrupting her progress across the front of the classroom at all.

—Greetings…

(Here would be a tedious presentation by the teacher to her students, since some were new, but I'm going to skip it because it's not relevant).

The fact is that Irene finally explained what all those mechanical rings that levitated around her body were.

—This is a “space station”, built entirely by a civilization of micros.

That statement left everyone speechless. Nobody expected that. Micros? Reaching an era of space colonization? WHAT?

Some ships were seen flying over Irene's body in large groups, like tiny flies from the human perspective. However, from the point of view of the micros inside the ships, these were vast flying vehicles propelled by large futuristic reactors.

The ships made their daily training route around Irene, flying through specific locations in a coordinated manner, to create a beautiful spectacle. They resembled schools of dwarf fish swimming together and surrounding the larger body of another marine animal, seeking protection from it.

However, due to a communication failure, Irene had not warned the crew members of the ships that passed in front of her about the arrival of her recent son. Maybe it was because Irene didn't want to accept that her breasts had gotten fatter after giving birth. Because she would have been embarrassed to admit it, she decided not to say anything.

The result was that one of the ships, the one that passed closest to Irene's chest on its normal route, did not expect its sudden growth. The crew could not turn in time, and the ship ended up colliding brutally against Irene's left breast, exploding into dust. 217 micros died instantly. Neither she nor anyone else noticed the accident at first, so the teacher continued teaching the class as if nothing had happened.

—You are probably wondering how my micro civilization has reached this point of development —Irene said to the class, with a firm tone of voice—. You already know well that minis and micros develop scientifically and technologically much faster than we do. They can even reach this point, much more advanced than in the case of our own human civilization. How did I achieve it? Dedicating my entire life and all my love and affection to them. Thanks to my protection, my micros managed to develop a futuristic civilization in this world that was so hostile to them. And thanks to their advances and their intelligence, I have been able to research them to write a scientist article who will help humanity develop.

That's how it is. That was exactly the purpose of The Academy of Gods: to train humans to protect the weakest, so that they find, with their superior intelligence, keys to obtain the progress of civilization.

That was the Balance of this society.

The students applauded.

—It's wonderful... —Nina commented, delighted with the idea of taking a micro civilization to that point. She felt it was a way to empower them, to make them see that they could be as important as any human.

Irene grabbed a tray, which she had left on the teacher's table when she entered. On this there were 34 micro-terrariums. In each of them there was a civilization of micros in a prehistoric era. They moved like nomads through the fields from their extensive point of view, in loincloths, hunting and gathering as they pleased throughout the landscape. This happened simultaneously in 34 micro-terrariums, isolated from each other. Each one looked like an upside-down soda bottle cap, filled with dirt and an artificial ecosystem. The cave micros were accustomed to Irene's presence in the sky, transporting them through the air in the tray (which they did not notice). For them, seeing Irene's face smiling tenderly at them from above was no more strange than micro-trees having green leaves.

The teacher carefully distributed a micro-terrarium on each desk. These measured the diameter of the tip of her index finger. She left them on the basis of something similar to a microscope, which was used to be able to interact with the micros without turning them to mush in the attempt. There was one of these devices in each seat, one per student.

—Your mission from now on is to make these micros develop a civilization like mine. It will be a long-term project. It will take you a little more than thirty years to achieve it, but if you act well and follow my steps, it could be much sooner.

The students were startled. Did you just say thirty years? It was really a short time if you stopped to think about it. Could micros go from discovering fire to creating spaceships in just thirty years?

«Incredible», everyone thought.

Nina raised a hand from her desk. She found it difficult to look away from the micro terrarium on the pedestal in front of her. They were so cute!

—Why will we carry out the project with micros and not minis? Wouldn't it be easier to interact with them? —She asked.

—Good question. In fact, it is proven that micros develop 540% faster than minis. So it's just a matter of efficiency —Irene explained.

—And how do we use these… devices? —David asked, taking a look at the microscope-like thing. The main hulk rose above the terrarium. It was a kind of sensor that covered it completely.

—Those are the micro-visors. You can download an app on your mobile devices to scan the terrarium and see the interior comfortably on the screen. You can enlarge the image, zoom out... It will be as if you were playing SimCity. The app will open a menu of options in which you can change absolutely any physical property within the terrarium. From gravitational force, climate and temperature, to more specific things like changing the ecosystem, the orography, even the cities themselves that the micros build. I recommend being very careful with these options. Don't use them too much without asking me first.

Miranda - Sofía - Victoria - Nina - Rosa

Miranda regresaba a su casa llevando el micro-visor en una mano. El micro-terrario que le habían dado reposaba en la base del aparato, el cual se mecía en el aire siguiendo sus pasos. Irene les había dicho a los alumnos que se lo llevasen a casa, pues a partir de ese momento todos debían convivir lo máximo posible con su civilización de micros para fortalecer su relación con ellos.

El terrario situado en la base del micro-visor era imposible de volcar, por mucho que se agitase. En el interior, las pequeñas personitas gozaba de una gravedad ajena a la del resto del mundo, por lo que Miranda podía literalmente girar 180 grados el micro-visor con el terrario encima, y a este no le pasaría nada, pues se quedaba fijado a la base. Así que por mucho que agitase o moviese el micro-visor, los micros no notarían movimiento alguno.

Aun así Miranda no les quitaba los ojos de encima a aquellos seres del tamaño de microbios. En realidad no los veía, debido a que para observarlos tenía que echar un vistazo a la app de su teléfono, donde podía ampliar la imagen que le proporcionaba el micro-visor todo lo que ella deseara.

Allí estaban ellos, caminando en taparrabos por el terrario del tamaño de un pequeño tapón de botella. Según los cálculos de Irene, a un micro le tomaría más de una semana en cruzar andando el diámetro de aquel ecosistema que a Miranda le estaba costando ver bien de lo enano que era.

No podía sacar el terrario del micro-visor para verlo más de cerca, pues eso sería devastador para los micros. Sacarlos del campo gravitatorio que les proporcionaba el visor podría provocar que se cayesen al suelo o que saliesen volando por el viento.

De todas formas, se acercó el aparato a los ojos y observó dentro del terrario. Lo que vio fue una simple capa verde sin muchos detalles. Se suponía que con el tiempo, allí surgirían ciudades que contrastarían con el color dominante de la naturaleza.

Bueno, en realidad, Miranda no se había acercado el micro-visor a los ojos para verlos a ellos, ya que eso podía hacerlo a través de la app. Lo había hecho para que los micros le viesen la cara a ella.

            «Si esto va a ser una relación recíproca, debo ser respetuosa con ellos», pensó.

Los pocos grupos nómadas de micros se detuvieron petrificados ante la mirada de la joven chica. Ellos estaban acostumbrados a ver a la sonriente Irene, a la que ellos consideraban Dios. ¿Quién era esa?, se preguntaban, cayendo de rodillas sobre el pasto, tirando sus lanzas y escudos primitivos al suelo. Todos temblaron de miedo al ver esos ojos oscuros, como una calamidad tan inmensa que no cupiese dentro de sus todavía delgadas mentes. Los micros se arrodillaron posando la cabeza en la tierra, y empezaron a rezar. Le estaban rezando a Miranda, tan aterrados que comenzaron a llorar y a orinarse encima.

Para ellos, el cambio de ver los ojos de Irene a ver los ojos de Miranda era como si, no sé… como si de repente para nosotros el sol cambiase de ser amarillo rojizo a morado azulado.

Miranda suspiró mientras observaba por la app de su teléfono a los micros temblar patéticamente.

               «Supongo que esto llevará un tiempo…».

Miranda llegó a su casa y subió a su habitación. Allí la estaban esperando su madre Sofía y su hermanita Victoria.

               —¡Miranda! ¡Asesina! ¡Insensible! —gritó Victoria nada más ver a su hermana entrar por la puerta.

               —¿Qué pasa aquí? —preguntó Miranda, desconcertada.

               —Cariño, me dijiste que tendrías cuidado a la hora de darles de comer a tus pequeños amigos —dijo Sofía—. Pero antes entré para ordenar un poco el desastre de montañas de ropa que tienes acumuladas aquí, y me dio por echarle un vistazo al terrario de minis encima del escritorio. ¿Para esto te compré unas mascotas? ¿Para qué actúes con negligencia?

               —¡Venga ya, fue sin querer! ¿¡Y por qué entras en mi habitación sin permiso!? Además, no ha muerto ninguno, me aseguré bien de ello —se excusó Miranda.

               —¿Ah, sí? —exclamó la madre—. ¿Entonces cómo explicas esto? —Sofía se acercó al terrario y le enseñó a su hija el cráter que había dejado al tirar el trocito de zanahoria. El daño era peor de lo que ella había imaginado—. ¿De verdad piensas que esto es ser responsable? ¡Has provocado un completo desastre aquí!

               —¡Miranda! ¡Embustera! ¡Emperatriz del mal! —siguió voceando Victoria.

               —¡Que me dejéis en paz! —Miranda bajó el puño y golpeó, furiosa, el escritorio a su lado, sobre el cual reposaba el terrario. No golpeó justo dentro de la caja de chicles, sino bastante apartado. Aunque, el temblor que provocó el impacto se sintió por toda la civiliación de minis. Las casas vibraron, y mucha gente cayó al suelo por el poder del terremoto. Miranda realmente tenía mucha fuerza.

               —¡Cuidado! —gritó la madre, acercándose al terrario para asegurarse de que los minis estaban bien.

Desde el punto de vista de los pequeños habitantes, aquel evento era visto como un conflicto completamente ajeno a ellos. Parecía una batalla de dioses que se alzaban sobre su mundo, y cuyos efectos podrían destruirlos sin que aquellas mujeres se diesen cuenta. Por suerte para ellos, Sofía era una adulta responsable.

               —Yo… lo siento —se disculpó Miranda al comprender que había podido llegar a hacerles verdadero daño a los pobres minis.

               —Pareces una niña pequeña cuando te enrabietas de esa manera, hija. —Sofía se cernió sobre el terrario para ver que nadie había salido muy herido. Los minis quedaron paralizados. No sabían cómo reaccionar, ¿debían iniciar el protocolo para comunicarse con Dios? Aquella mujer no era Miranda…, pero se le parecía bastante, solo que más mayor.

Victoria también se arrimó para echar un vistazo, lo cual dejó todavía más desconcertados a los minis. ¿Era una tercera Miranda, pero más joven?

Al final, ellas dos salieron de la habitación dejando por fin a la joven universitaria sola. Miranda dejó el micro-visor que portaba en su otra mano encima del escritorio, al lado del otro terrario. La diferencia de tamaño entre la civilización de minis y la de micros era extremadamente notable ahora que estaban una junto a la otra.

Miranda se dejó caer sobre su cama, y comenzó a replantearse muchas cosas. ¿Estaba de verdad preparada para llevar a cabo la titánica tarea de proteger y proveer a esa delicada civilización de micros? Si seguía actuando como una niña pequeña, como decía su madre, entonces no lo lograría. Debía cambiar su mentalidad. Suspiró. Esto iba a ser algo muy complicado para ella.

Miranda miró su teléfono. Le habían llegado unos mensajes de Nina: “Hey, ¿quieres venir conmigo a dar un paseo por la calle y rescatar unos cuantos micros? También he invitado a Rosa, y me ha dicho que ella vendría si tú venías. ¡Podemos quedar dentro de media hora en el parque cerca de la universidad!”.

Volvió a suspirar. Respondió al mensaje: “Ok”. Y se fue al baño para peinarse y maquillarse un poco.

Miranda estaba de camino hacia el encuentro con Nina Y Rosa en el parque. No dejó de escuchar música por sus auriculares mientras andaba distraída. Podría haber estado atenta al suelo, para ver si evitaba aplastar alguna ciudad de minis, pero no. Ella decidió que su música era más importante que la vida de los minis.

               «Oh, Dios mío. Realmente soy un monstruo», se dijo así misma. Algo dentro de ella le remordía la conciencia por ser tan indiferente. ¿Pero renunciar a pasear tranquila por la calle mientras escuchaba música? ¿Dejar atrás lo que más le gustaba? No podía hacerlo. Era egoísta, y ella lo sabía. Sin embargo, simplemente no podía estar siempre preocupada por dónde colocaba sus pies, o acabaría igual de paranoica que Nina.

Llegó al parque y se encontró a sus dos amigas charlando bajo la sombra de un árbol.

               —Oh, ¡hola, Miranda! —saludó Nina, quien se levantó para saludar—. Llegas justo a tiempo. Estuve probando la nueva versión del micro-detector.

               —¿Micro qué? —preguntó Miranda.

               —¿¡Eh!? Oh, vamos, te hablé de esta app hace un tiempo, ¿no te acuerdas?

               —Esto… No, lo siento.

Nina suspiró, molesta. Quiso reprender a Miranda, pero no encontró la manera de hacer sentir intimidación a alguien que le sacaba cabeza y media de altura y tenía unos músculos tan poderosos. Tal vez por ese motivo Nina empatizaba tanto con los micros y minis, porque de alguna forma se sentía identificada con ellos. Ser tan pequeña le resultaba frustrante.

               —Bueno, no importa —dijo finalmente Nina—. Te mostraré cómo funciona.

La chica encendió el micro-detector en su teléfono y apuntó al suelo, a unos pocos metros de distancia. La pantalla mostró la vista de la cámara de fotos, pero de pronto aparecieron tres pequeños cuadrados verdes que parecían indicar algo. Eran las localizaciones de ciudades de micros en el suelo, imperceptibles a simple vista—. Con esto, podremos saber dónde están sin riesgo a aplastarlos sin querer.

               —Guau, eso es muy útil —Miranda se sorprendió, acercándose a la zona que indicaba uno de los cuadraditos verdes.

Al llegar, se puso de cuclillas y miró atentamente al suelo. Estuvo así un rato, con los ojos entrecerrados, hasta que por fin distinguió la enana ciudad en el suelo a unos centímetros de las punteras de sus botas. Después se reposicionó en pie, mostrándole toda su altura a los micros en la ciudad.

               —¡Ten cuidado, Miranda! —advirtió Nina—. Si te levantas se van a sentir extremadamente intimidados. No es sano para sus débiles mentes pasar tantísimo miedo, podrían quedar dañados psicológicamente por el trauma.

Y Nina no mentía. Desde el punto de vista de los micros, Miranda era algo indescriptible. Tenéis que tener en cuenta que para los pequeños habitantes que allí habían quedado petrificados, aquella joven era millones de veces más grande que todo el mundo que ellos habían construido. El temblor del suelo, el polvo levantado por las botas, incluso el latido del fuerte corazón de Miranda estremecían la ciudad, amenazándola como lo haría un tigre a un pequeño conejo.

Nina agarró a Miranda por el brazo y tiró de ella para alejarla de la ciudad como pudo. Después, fue ella la que se acercó, y se agachó ante los micros. Se llegó incluso a tumbar sobre la tierra del parque, manchándose la ropa, solo para así mostrarse con la mínima altura posible. Así no intimidaría tanto a los pequeños.

Les sonrió, y su mirada amable calmó el apocalíptico revuelo que había causado la presencia de Miranda. Los micros quedaron embelesados por la belleza y ese aura pura de Nina. Entonces, ella sacó un extraño aparato de su bolsillo, lo situó sobre la ciudad de micros y pulsó un botón.

De pronto, todos los habitantes de la ciudad en el suelo se teletransportaron a salvo a una cajita que Nina llevaba en su otro bolsillo. La caja tenía paredes transparentes, y unas condiciones gravitatorias iguales a las del micro-visor, por lo que todos estarían seguros dentro, aunque Nina agitase la caja o se le cayese.

               —¿Qué has hecho? —preguntó Rosa—. ¿Qué es ese aparato?

               —Es un micro-teletransportador. Me permite guardar a todos los micros en un lugar seguro, para que así no tengan que vivir en la calle. —Nina se acercó  la cajita de paredes transparentes a la cara y volvió a sonreír. Sus gafitas rosas tan monas relucieron con la luz del sol. Los micros dentro estaban terriblemente desconcertados, corriendo de un lado a otro, preguntándose dónde estaban y qué había sido de su hogar. Desde su punto de vista, era como si hubiesen sido abducidos por una nave extraterrestre. 17 millones de micros habían sido introducidos con éxito en la cajita, y ahora buscaban desesperadamente a sus familiares por el extenso lugar.

No obstante, algunos de estos micros nunca encontrarían a sus familias.

               —¡Es genial! —exclamó Miranda—. Es muy conveniente sacarlos así de fácil a todos.

               —Pero, ¿y ahora qué haremos con la ciudad de micros vacía en el suelo? —preguntó Rosa.

El micro-teletransportador funcionaba maravillosamente bien, pero no era perfecto. La inmensísima mayoría de los micros habían sido llevados a salvo a la cajita de Nina por medio de una misteriosa abducción. Sin embargo, por las calles desiertas de la pequeña ciudad, todavía quedaban algunos micros rezagados que, por azares del destino, no habían sido captados por el aparato y no se habían teletransportado a la cajita. Esos pocos (menos del 0,001%) todavía estaban en la micro-ciudad a los pies de las tres chicas universitarias. Con un silencio abrumador y asfixiante, salían al exterior de sus casas para encontrar un panorama desolador y vacío, como el que cabría esperar de una metrópolis tras el impacto de una bomba nuclear. La sombra colosal de las jóvenes que ya no les prestaban atención se cernía sobre ellos como las portadoras del apocalipsis.

Pero, alguien se acordaría de ellos, ¿no? Nina definitivamente tenía que saber que el aparato contaba con un pequeño margen de error, ¿verdad? Solo bastaría con pulsar una vez más el botón para recoger a los que quedaban.

Nina, por su parte, levantó el pie un instante en el aire y aplastó la ciudad sin ninguna clase de duda. Todo fue destruido y borrado, fusionándose con la tierra del suelo hasta quedar irreconocible, como si allí nunca hubiese existido ninguna ciudad. Todos y cada uno de los pertenecientes a ese 0,001% de desafortunados micros (cerca de 17000 pequeñas personas) perecieron al unísono. Como si el zapato de Nina hubiese sido el mazazo final al tambor, marcando el ritmo de la muerte en una ominosa canción de orquesta.

—No podemos dejar los edificios en pie —dijo Nina mientras terminaba de rematar la ciudad—. Si lo hiciésemos, otros micros podrían venir aquí y asentarse. No puedo permitir eso, es una zona muy peligrosa. Alguien podría pisarlos.

A Miranda le sorprendió la acción de su amiga, pues nunca la habría imaginado destruyendo algo. Aunque, reconoció que su argumento tenía sentido.

Rosa sintió una gran excitación al ver a la pequeña Nina, con sus ojitos azules y su cabello rubio ondeando con el viento, aplastar de esa forma tan segura una ciudad entera. La chica vestida con camisa y falda percibió una cálida sensación en su partes íntimas, llevándose la mano ahí y mordiéndose un labio.

Las chicas pasaron a la siguiente ciudad de micros, localizándola con la app del micro-detector. Esta estaba a tan solo unos pocos metros de la que acababan de dejar atrás, ya arrasada.

               «¿En serio son tan numerosas las ciudades de micros?», se preguntó Miranda, cada vez más atemorizada con la idea de que tal vez sí que había pasado toda su vida aplastando civilizaciones sin darse cuenta. Aunque, al igual que ella, lo más probable es que todo el mundo haya pisado alguna vez una ciudad. En ese punto, Miranda comprendió mejor el infierno que era vivir como un micro en plena calle.

Nina volvió a utilizar el micro-teletransportador para guardar a los micros en la misma cajita. De nuevo, el 0,001% de habitantes se quedaron abandonados en la ciudad, los cuales murieron cuando Nina aplastó todo.

De la misma manera, se dirigieron a una tercera ciudad… y una cuarta, quinta, sexta, séptima… Y en todas se repitió la misma tragedia. Por supuesto, las chicas en ningún momento descubrieron el ínfimo margen de error del aparato, ni tampoco sospecharon que algo podría estar yendo terriblemente mal.

Cuando ya estaba atardeciendo, iban por la ciudad número 56, la cual sería la última antes de que las chicas tuvieran que marcharse a casa para cenar.

Nina absorbió a los micros en la misma cajita, la cual todavía tenía disponible un 96% de su capacidad máxima, a pesar de guardar a 645 millones de pequeños habitantes dentro.

Para borrar la última ciudad, Rosa tuvo una extraña petición:

               —Por favor, dejadme aplastar esta a mí. Me muero de ganas. Quiero saber lo que se siente.

A Nina le pareció raro que ella quisiese hacer los honores, pero tampoco se negó. Era ya tarde, y estaba cansada de no parar de destruir ciudades.

Rosa se acercó a la ciudad aparentemente deshabitada y se detuvo unos segundos para gozar de la sensación de poder que tanto la embriagaba. Ver a duras penas aquella ex-civilización, como un puntito entre sus dos masivos pies la excitaba tanto que decidió que se masturbaría con esa imagen en mente al llegar a casa.

Se tocó los senos, con los pezones muy duros, y eso le dio una idea.

Rosa se agachó hasta tumbarse sobre el suelo. Toda su ropa se ensució de tierra, pero no le importaba; su excitación era más importante en ese momento.

Nina se quedó boquiabierta, y Miranda se llevó una mano a la frente de la vergüenza ajena que le provocaba su amiga.

Rosa se quitó la camisa, dejando suspendidos dos grandes pechos sobre la ciudad, tan solo sostenidos por su sujetador, el cual parecía una muralla de contención reteniendo a dos pesados gigantes que deseaban caer por su propio peso. El 0,001% de los micros estaban observando la escena con pánico. Aunque, los micros de sexo masculino no pudieron evitar que sus penes se endureciesen al ver el cuerpo divino de aquella mujer. Algunos se comenzaron a masturbar frenéticamente, dándolo todo por perdido. Tal vez serían sus últimos momentos, pero serían uno momentos felices.

Rosa se habría sentido muy avergonzada si hubiese sabido de la presencia de aquellos micros restantes, mirándola con lujuria.

Finalmente, Rosa hizo descender aquellas dos masas de carne calientes, millones de veces más pesadas que toda la ciudad de micros. Para que os hagáis una idea, lo que vieron los pequeños habitantes en ese momento sería equivalente a si de pronto nosotros estuviésemos viendo al sol colisionar con la tierra (o la tierra colisionar contra el sol, mejor dicho). Con la única diferencia de que en este caso eran dos senos del tamaño de soles.

El impacto fue indiscriminado. Y cuando Rosa se apartó, vio las dos huellas dejadas por sus dos masas de carne, y un polvillo gris irreconocible en el centro de uno de los cráteres, cayendo desde su pezón marcado a través del sujetador.

Rápidamente se limpió como pudo y se volvió a vestir.

               —¡Ha sido increíble! —voceó Rosa.

               —Ha sido vergonzoso —repuso Miranda.

               —Yo creo que ha sido simplemente… curioso —comentó Nina, aún ruborizada por lo que acababa de presenciar.

Miranda returned home carrying the micro-viewer in one hand. The micro-terrarium that she had been given rested at the base of the device, which swung in the air following her steps. Irene had told the students to take it home, because from that moment on they all had to live as much as possible with their micro civilization to strengthen their relationship with them.

The terrarium located at the base of the micro-viewfinder was impossible to tip over, no matter how much it was shaken. Inside, the little people enjoyed a gravity foreign to that of the rest of the world, so Miranda could literally rotate the micro-viewfinder 180 degrees with the terrarium on top, and nothing would happen to it, as it remained fixed to the base. So no matter how much she shook or moved the micro-viewfinder, the micros would not notice any movement.

Even so, Miranda did not take her eyes off those beings the size of microbes. In reality, she did not see them, because to observe them she had to take a look at the app on her phone, where she could enlarge the image provided by the micro-viewfinder as much as she wanted.

There they were, walking in loincloths through the terrarium the size of a small bottle cap. According to Irene's calculations, it would take a micro more than a week to walk across the diameter of that ecosystem that Miranda was having a hard time seeing because of how dwarf it was.

She couldn't take the terrarium out of the micro-viewfinder to get a closer look, as that would be devastating to the micros. Removing them from the gravitational field provided by the viewfinder could cause them to fall to the ground or be blown away by the wind.

Anyway, she brought the device closer to her eyes and looked inside the terrarium. What she saw was a simple green layer without much detail. It was assumed that over time, cities would emerge there that would contrast with the dominant color of nature.

Well, actually, Miranda had not brought the micro-viewfinder closer to her eyes to see them, since she could do that through the app. She had done it so that the micros could see her face.

«If this is going to be a reciprocal relationship, I must be respectful with them», she thought.

The few nomadic groups of micros stopped petrified before the young girl's gaze. They were used to seeing the smiling Irene, whom they considered God. Who was her?, they asked themselves, falling to their knees on the grass, throwing their spears and primitive shields to the ground. Everyone trembled with fear when they saw those dark eyes, like a calamity so immense that it could not fit within their still thin minds. The micros knelt, placing their heads on the ground, and began to pray. They were praying to Miranda, so terrified that they began to cry and urinate on themselves.

For them, the change from seeing Irene's eyes to seeing Miranda's eyes was as if, I don't know... as if suddenly for us the sun changed from being reddish yellow to bluish purple.

Miranda sighed as she watched through the app on her phone as the micros shook pathetically.

«I guess this will take a while…».

Miranda arrived at her house and went up to her room. There, her mother Sofia and her little sister Victoria were waiting for her.

—Miranda! Murderess! Insensitive! —Victoria shouted as soon as she saw her sister enter the door.

—What's happening here? —Miranda asked, puzzled.

—Honey, you told me you would be careful when feeding your little friends —Sofia said—. But first I went in to sort out the mess of mountains of clothes that you have accumulated here. —And she decided to take a look at the terrarium of minis on top of the desk—. Is this why I bought you some pets? Why act negligently?

—Come on, it was unintentional! And why are you entering my room without permission!? Besides, no one has died, I made sure of that —Miranda apologized.

—Oh, yeah? —exclaimed the mother—. So how do you explain this? —Sofía approached the terrarium and showed her daughter the crater she had left when she threw the piece of carrot. The damage was worse than she had imagined—. Do you really think this is being responsible? You've made a complete mess here!

—Miranda! Liar! Evil empress! —Victoria continued shouting.

—Leave me alone! —Miranda lowered her fist and furiously hit the desk next to her, on which the terrarium rested. She didn't hit right inside the gum box, but rather out of the way. Although, the tremor caused by the impact was felt throughout the mini civilization. Houses shook, and many people fell to the ground from the power of the earthquake. Miranda really had a lot of strength.

—Be careful! —the mother shouted, approaching the terrarium to make sure the minis were okay.

From the point of view of the small inhabitants, that event was seen as a conflict completely foreign to them. It seemed like a battle of gods that towered over their world, and whose effects could destroy them, without those women realizing it. Luckily for them, Sofia was a responsible adult.

—I... I'm sorry, —Miranda apologized, realizing that she had been able to do real harm to the poor minis.

—You look like a little girl when you get angry like that, daughter. —Sofía hovered over the terrarium to see that no one had been seriously injured. The minis were paralyzed. They didn't know how to react, should they start the protocol to communicate with God? That woman was not Miranda..., but she looked quite similar to her, only older.

Victoria also came over to take a look, which left the minis even more bewildered. Was she a third Miranda, but younger?

In the end, the two of them left the room, finally leaving the young university student alone. Miranda left the micro-viewfinder that she was carrying in her other hand on top of her desk, next to the other terrarium. The difference in size between the mini civilization and the micro civilization was extremely noticeable now that they were next to each other.

Miranda fell onto her bed, and she began to rethink many things. Was she really prepared to carry out the titanic task of protecting and providing for that delicate civilization of micros? If she continued to act like a little girl, like her mother said, then she wouldn't make it. She had to change her mentality. She sighed. This was going to be something very complicated for her.

Miranda looked at her phone. She had received some messages from Nina: “Hey, do you want to come with me for a walk down the street and rescue a few micros? I have also invited Rosa, and she told me that she would come if you came. We can meet in half an hour in the park near the university!”

She sighed again. She responded to the message: “Ok.” And she went to the bathroom to do her hair and put on a little makeup.

Miranda was on her way to meet Nina and Rosa in the park. She didn't stop listening to music through her headphones while she was distracted. She could have kept an eye on the ground, to see if she avoided crushing any city of minis, but no. She decided that her music was more important than the minis' lives.

«Oh my God. I really am a monster», she told herself. Something inside her pricked her conscience for being so indifferent. But would she give up walking quietly down the street while she listened to music? Leave behind what she liked most? She couldn't do it. She was selfish, and she knew it. However, she just couldn't always be worried about where she placed her feet, or she would end up just as paranoid as Nina.

She arrived at the park and found her two friends chatting under the shade of a tree.

—Oh, hello, Miranda! —greeted Nina, who stood up to greet—. You arrive just in time. I was testing the new version of the micro-detector.

—Micro what? —Miranda asked.

—Hey!? Oh, come on, I told you about this app a while ago, don't you remember?

—Hum… No, I'm sorry.

Nina sighed, annoyed. She wanted to reprimand Miranda, but she couldn't find a way to make someone who was a head and a half taller than her and had such powerful muscles feel intimidated. Maybe that's why Nina empathized so much with the micros and minis, because she somehow identified with them. Being so small was frustrating for her.

—Well, it doesn't matter —Nina finally said—. I'll show you how it works.

The girl turned on the micro-detector on her phone and pointed it at the ground, a few meters away. The screen showed the camera view, but suddenly three small green squares appeared that seemed to indicate something. They were the locations of micro cities on the ground, imperceptible to the naked eye—. With this, we will be able to know where they are without the risk of accidentally crushing them.

—Wow, that's very useful —Miranda was surprised, approaching the area indicated by one of the little green squares.

When she arrived, she squatted down and looked intently at the ground. She stayed like that for a while, with her eyes half-closed, until she finally made out the dwarf city on the ground a few centimeters from the toes of her boots. Then she repositioned herself on her feet, showing off her full height to the micros in the city.

—Be careful, Miranda! —Nina warned—. If you stand up they are going to feel extremely intimidated. It is not healthy for their weak minds to be so afraid, they could be psychologically damaged by the trauma.

And Nina wasn't lying. From the point of view of the micros, Miranda was something indescribable. You have to keep in mind that for the small inhabitants who had been petrified there, that young woman was millions of times bigger than the entire world they had built. The shaking of the ground, the dust raised by the boots, even the beating of Miranda's strong heart shook the city, threatening it like a tiger would a small rabbit.

Nina grabbed Miranda by her arm and pulled her as far away from the city as she could. Afterwards, it was she who approached, and crouched before the micros. She even went so far as to lie down on the ground, staining her clothes, just to show herself at the lowest possible height. That way she won't intimidate the little ones so much.

She smiled at them, and her kind gaze calmed the apocalyptic stir that Miranda's presence had caused. The micros were enthralled by Nina's beauty and her pure aura. Then, she took out a strange device from her pocket, placed it over the city of micros and pressed a button.

Suddenly, all the city's inhabitants on the ground teleported safely to a small box that Nina carried in her other pocket. The box had transparent walls, and gravitational conditions equal to those of the micro-viewfinder, so everyone would be safe inside, even if Nina shook the box or dropped it.

—What have you done? —Rosa asked—. What is that device?

—It's a micro-teleporter. It allows me to keep all the micros in a safe place, so that they don't have to live on the street. —Nina brought the little box with transparent walls closer to her face and smiled again. Her cute little pink glasses shined in the sunlight. The micros inside the box were terribly bewildered, running back and forth, wondering where they were and what had happend with their homes. From their point of view, it was as if they had been abducted by an alien ship. 17 million micros had been successfully introduced into the box, and were now desperately searching for their relatives throughout the vast place.

However, some of those micros would never find their families.

—That's great! —Miranda exclaimed—. It is very convenient to take them all out so easily.

—But, now what will we do with the empty micro city on the ground? —Rose asked.

The micro-teleporter worked wonderfully well, but it wasn't perfect. The vast majority of the micros had been brought safely to Nina's box through a mysterious abduction. However, through the deserted streets of the small city, there were still some straggling micros that, by chance, had not been captured by the device and had not teleported to the little box. Those few (less than 0.001%) were still in the micro-city at the feet of the three college girls. With an overwhelming and suffocating silence, they went outside their houses to find a desolate and empty panorama, like what one would expect from a metropolis after the impact of a nuclear bomb. The colossal shadow of the young women who no longer paid attention to them loomed over them like the bringers of the apocalypse.

But, someone would remember them, right? Nina definitely had to know that the device had a small margin of error, right? It would only be enough to press the button once more to collect those who remained.

Nina, for her part, raised her foot in the air for an instant and crushed the city without any hesitation. Everything was destroyed and erased, merging with the earth below until it was unrecognizable, as if no city had ever existed there. Each and every one of those 0.001% of unfortunate micros (about 17,000 little people) perished in unison. As if Nina's shoe had been the final blow to the drum, marking the rhythm of death in an ominous orchestral song.

—We can't leave the buildings standing —Nina said as she finished finishing off the city—. If we did, other micros could come here and settle. I can't allow that, it's a very dangerous area. Someone could step on them.

Miranda was surprised by the action of her friend, because she would never have imagined her destroying something. Although, she acknowledged that her argument made sense.

Rosa felt great excitement when she saw Nina, with her little blue eyes and her blonde hair blowing in the wind, crushing an entire city in that sure way. The girl dressed in a shirt and skirt noticed a warm sensation in her private parts, placing her hand there and biting her lip.

The girls moved on to the next micro city, locating it with the micro-detector app. This was only a few meters from the one they had just left behind, already devastated.

«Are micro cities really that numerous?», Miranda asked herself, increasingly frightened by the idea that perhaps she had spent her entire life crushing civilizations without realizing it. Although, like her, most likely everyone has set foot in a city at some moment. At that point, Miranda better understood the hell it was to live like a micro in the middle of the street.

Nina used the micro-teleporter again to put the micros in the same little box. Again, 0.001% of the inhabitants were left abandoned in the city, all of whom died when Nina crushed everything.

In the same way, they headed to a third city... and a fourth, fifth, sixth, seventh... And in all of them the same tragedy was repeated. Of course, the girls never discovered the device's tiny margin of error, nor did they suspect that something could be going terribly wrong.

When it was getting dark, they were going through city number 56, which would be the last one before the girls had to go home for dinner.

Nina absorbed the micros into the same little box, which still had 96% of its maximum capacity available, despite keeping 645 million little inhabitants inside.

To delete the last city, Rosa had a strange request:

—Please, let me crush this one. I can not wait. I want to know what it feels like.

Nina thought it was strange that she wanted to do the honors, but she didn't refuse either. It was already late, and she was tired of not stopping destroying cities.

Rosa approached the apparently uninhabited city and stopped for a few seconds to enjoy the feeling of power that intoxicated her so much. Barely seeing that ex-civilization, like a tiny dot between her two massive feet, excited her so much that she decided that she will masturbate with that image in mind when she got home.

She touched her breasts, with very hard nipples, and that gave her an idea.

Rosa crouched down until she was lying on the ground. All her clothes became dirty with dirt, but she didn't care; her arousal was more important at that moment.

Nina was left speechless, and Miranda put a hand to her forehead out of embarrassment that her friend was causing her.

Rosa took off her shirt, leaving two large breasts suspended above the city, only supported by her bra, which seemed like a retaining wall holding back two heavy giants who wanted to fall due to their own weight. 0.001% of the micros were observing the scene in panic. Although, the male micros couldn't help their penises from getting hard when they saw the divine body of that woman. Some began to masturbate frantically, giving up everything for lost. Maybe those would be their last moments, but they would be happy moments.

Rosa would have felt very embarrassed if she had known of the presence of those remaining micros, looking at her with lust.

Finally, Rosa lowered those two hot masses of flesh, millions of times heavier than the entire city of micros. To give you an idea, what the little inhabitants saw at that moment would be equivalent to if we were suddenly watching the sun collide with the earth (or the earth collide with the sun, rather). With the only difference that in this case they were two breasts the size of suns.

The impact was indiscriminate. And when Rosa turned away from the ground, she saw the two prints left by the two masses of flesh, and an unrecognizable gray dust in the center of one of the craters, falling from her nipple marked through her bra.

She quickly cleaned herself as best she could and put her clothes back on.

—That was incredible! —Rosa shouted.

—It was embarrassing —Miranda replied.

—I think it was just... curious —Nina commented, still blushing from what she had just witnessed.

Miranda – Nina – David – Mika – Claudia – Isabela

—Nina, ya sabes que le gustas a David, ¿verdad? —preguntó Miranda mientras iba junto a Nina a la universidad. Rosa se había resfriado por culpa de haberse quitado la camisa el día anterior en el parque, y se había quedado en casa.

Nina iba caminado con la app para rastrear ciudades de micros activada todo el rato, para así evitar pisar alguna por accidente. Cuando escuchó la pregunta de su amiga, se detuvo en seco y se ruborizó.

               —No… no sé yo… —respondió, hecha nervios.

               —Oh, ya veo. —Miranda sonrió—. A ti también te gusta él. Bueno, estás de suerte. Porque ya oíste los rumores, ¿o me equivoco?

               —¿Ru… rumores?

               —Sí. Se ha corrido la voz de que lo vieron salir del vestuario en calzoncillos una vez después de un entreno de fútbol. Los que estaban presentes dicen que se le marcaba algo grande ahí abajo. Al parecer, tiene una polla enorme.

El rostro de Nina se puso tan rojo que dio la sensación de que expulsaba humo por las orejas. Miranda liberó unas cuantas carcajadas y puso una mano en el hombro de Nina.

               —No te preocupes, David es buena persona. Seguro que te tratará con delicadeza —añadió para intentar tranquilizarla.

               —Yo… No… Nunca… —Nina no podía ni hablar de lo nerviosa que estaba.

               —En fin, tan solo piénsatelo. Fuera de bromas, creo que haríais buena pareja. Por cierto, ¿qué hiciste con todos esos micros de rescatamos ayer?

Nina se tomó unos segundos para calmarse antes de responder.

               —Los traspasé a mi acuario de micros en edad contemporánea.

               —¿Cómo? ¿Tienes varios acuarios según la época en la que los micros estén?

               —Pues claro. Si los metiese a todos en el mismo sitio, los más avanzados dominarían a los demás. Sería un caos.

Miranda nunca lo había pensado así. Siempre se preocupaba por tener cuidado al momento de tratar con los pequeños para no agobiarlos, pero era cierto que también entre ellos mismos podían dominarse fácilmente si unos era superiores a otros.

               —Entiendo. ¿Cuántos micros y minis tienes en tu habitación a estas alturas? —preguntó la joven de cabello negro.

               —Pues, tras el último conteo… Creo que son unos 85.490 millones de micros, y unos 8 millones de minis.

Miranda se quedó de piedra.

               —Eso es… tan increíble que me atrevería a denominarlo “escandaloso”.

               —Lo más curioso de todo, es que esos 8 millones de minis ocupan más espacio que los micros. Son muy demandantes a veces.

               —Oye, ¿y cómo evitas conflictos entre ellos? Es que son tantos que debe de ser casi imposible controlarlos para que no se metan en guerras.

               —Eso es fácil. Solo tengo que hacer que me reconozcan como su líder. Estoy constantemente haciéndoles visitas y cuidándolos. Nadie tiene necesidades que no pueda cubrirles, por lo tanto no llegan jamás a tener guerras.

               —Entiendo. Supongo que no mezclaste a los micros del trabajo con el resto —dijo Miranda.

               —Así es. Teniendo en cuenta que tengo que llevarlos a la universidad cada día, será más cómodo teniéndolos aislados por el momento.

Tal y como decía, ambas chicas llevaban en la mano el micro-visor con sus respectivas civilizaciones de micros, ajenas al mundo exterior. Estos seguían siendo nómadas, y poco a poco iban descubriendo el fuego y la carne cocinada.

—¡Hola, Nina! —saludó David, en la puerta de la universidad. Una gran sonrisa se dibujó en su rostro.

               —Buenos días, David —respondió Nina, y al instante se ruborizó al recordar su conversación de antes con Miranda.

               —¿Qué sucede? ¿Dije algo malo? —preguntó David, asustado.

               —No… Lo siento, llegamos tarde a clase. —Nina salió corriendo en dirección al aula.

Miranda tranquilizó a David con unas palmadas.

               —Déjale unos días para que se haga a la idea. Será tuya antes de lo que crees, créeme. —Sonrió, amable. Ambos siguieron a Nina hasta llegar a clase.

Ese día entró una profesora diferente. Su nombre era Isabela, y… era una mujerona colosal. Tenía 45 años. Medía 195 cm de altura, y su complexión era rígida y ancha, con una mandíbula bastante masculina. El cabello era rojizo apagado, el cual caía por su espalda en una trenza. Su mirada se veía devastadora, capaz de acerté sentir amenazado en todo momento.

               —Buenos días —dijo con voz firme—. Hoy yo voy a ser vuestra profesora, debido a que Irene necesitaba quedarse en casa cuidando de sus hijos hoy. Me llamo Isabela. Ahora colocad vuestras civilizaciones de micros sobre vuestras mesas e iré pasando para echarles un vistazo.

Los alumnos obedecieron.

Sin embargo, alguien parecía no haber traído su micro-visor.

Su nombre era Mika, una chica de apariencia gótica, con su escotada ropa oscura y uñas y labios pintados de negro. Tenía 22 años, y medía 159 cm. El cabello era largo y meticulosamente peinado, extendiéndose en un flequillo que le tapaba toda la frente. Lo tenía de color negro, aunque se había teñido algunas mechas de morado. Era bastante delgada, aunque sus curvas rivalizaban con las de Rosa.

               —¿Por qué no trajiste tu civilización de micros? —le preguntó Isabela, firme, esperando junto al pupitre de Mika.

               —Bueno… Verá…, es que mi novio me fue a visitar, y en cuanto vio a los micros se puso muy caliente. Él siempre ha sido super dominante… y quiso jugar con ellos un poco… y entonces…

               —¿Los utilizasteis para vuestros juegos sexuales? —dijo Isabela sin ninguna clase de escrúpulo. Mika se ruborizó tanto que se cubrió la cara con ambas manos.

               —En realidad, yo no hice demasiado. Solo observé a mi novio mientras se masturbaba frente a los micros. Me dijo que confiara en él, que en cuanto terminase los dejaba en paz, pero… —Mika dejó un silencio antes de terminar de contar la última parte—: se terminó corriendo… encima de los micros. Cuando intenté arreglarlo, todo el pequeño terrario estaba inundado de semen y no pude hacer nada. —Mika intentaba esconder su excitación a medida que recordaba lo que había pasado. Sin embargo, no podía negar que ver a su novio ahogar a una civilización entera en semen la puso muy caliente.

Nina se levantó de golpe en su asiento, completamente indignada, aunque se había ruborizado de nuevo al escuchar aquella historia.

               —¡Eso es lo más irresponsable que he oído nunca! —gritó, sin poder disimular su enfado.

La profesora Isabela le dedicó una mirada asesina, y Nina dio un respingo antes de volver a sentarse.

               —Estos jóvenes… —dijo Isabela—. Este tipo de cosas suelen pasar entre alumnos de instituto, porque tienen las hormonas revolucionadas. Pero vosotros ya sois adultos. Sois mejores que eso, tenéis que tener cierta responsabilidad.

               —Lo sé. Lo siento muchísimo —se disculpó Mika.

               —Lo cierto es que ya tenía previsto que un incidente pudiera ocurrir el primer día, así que traje algunas civilizaciones de micros de repuesto. Estás de suerte por hoy.

Isabela sacó de su bolsillo un micro-visor con una civilización encima y se lo dio a Mika. El aparato se veía ridículo en la gran mano de Isabela, parecía un pequeño juguete. Mika lo agarró y lo puso encima de su pupitre, todavía ruborizada.

Isabela continuó explicando algunos conceptos e ideas interesantes para interactuar con los micros y lograr que avancen más rápido en su tecnología y expansión territorial.

Claudia era una de las alumnas más aventajadas de la clase, y era de origen hispanoamericano (comúnmente denominado “latina”). Medía 167 cm. Su piel era de una tonalidad bronceada; los ojos, negros; el cabello, castaño oscuro. Era una de las chicas con los pechos más grandes del aula, y, como siempre parecía tener mucho calor, iba vestida con una camiseta de tirantes sencilla. Esa ropa siempre dejaba a la vista una gran parte de sus senos, los cuales estaban cerca de ser del tamaño de su cabeza. Y sí, su rostro también era muy hermoso.

Además de su apariencia sensual, también era extremadamente aplicada e inteligente. Su civilización de micros ya había conseguido construir ciudades y establecerse como sociedades más compactas, gracias a su constante intervención a través de la app. Aplanaba montañas, cambiaba el curso de ríos y afluentes, corregía fácilmente los errores en las construcciones que hacían los micros, todo ello con unos cuantos toques con el dedo en la pantalla de su tablet.

Sin embargo, ahora estaba experimentando un importante problema: había detectado una baja tasa de natalidad en sus colonias de micros. Por algún motivo, los pequeños habitantes en su terrario no se estaban reproduciendo lo suficiente como para que la civilización fuese sostenible. Y lo peor de todo es que Claudia no tenía ni la más remota idea de por qué sucedía eso.

Miraba constantemente su terrario apoyado en el micro-visor desde arriba, por si acaso hubiese algo que la app no estuviese indicándole, pero no detectaba nada extraño.

               —Profesora Isabela. —Levantó la mano por fin—. Tengo una pregunta urgente. Mis micros no se reproducen a un ritmo normal. No sé qué diablos les pasa —dijo con su tono de voz latino.

La profesora se acercó al pupitre de Claudia. La miró a ella, y luego al micro-terrario. Enseguida supo lo que estaba sucediendo. Isabela tenía muchos años de experiencia, y pudo averiguarlo con tan solo contemplar la situación.

               —Tápate —ordenó Isabela, cubriendo con su enorme mano el pronunciado escote de Claudia.

               —¡Oye! ¡Que estamos en pleno siglo XXI! ¡Yo soy libre de vestir como yo quiera! —se quejó la alumna.

               —Dije que te tapes porque tus senos están afectando a los micros —explicó Isabela.

               —¿¡Cómo!? ¿Cómo puede ser eso?

               —Bueno, a ver. Lo que creo que está pasando es que los micros varones… están demasiado despistados viéndote… y eso provoca que no quieran reproducirse con las micros hembras.

Eso era cierto. Dentro del terrario, todos los hombres micros estaban embobados observando los dos inmensos pechos de Claudia, los cuales desde su punto de vista eran como dos estrellas hiper masivas a escasos kilómetros de su civilización.

Al ser tan parecidos físicamente con los humanos, los hombre micros se sentían atraídos por los senos de una humana. Ellos perciben una necesidad incontrolable de procrear con la hembra más apta, ¿y qué podría ser más apto que una diosa? El problema es que dicho deseo era literalmente imposible de alcanzar para ellos, por lo que se quedaban simplemente quietos, observando, fantaseando con alcanzar a Claudia, en lugar de procrear con las hembras de su misma especie.

De pronto, la cara de Claudia se puso roja.

Se terminó poniendo una chaqueta a regañadientes, y con el paso de los minutos el problema de la baja tasa de natalidad se solucionó solo. Los micros varones volvieron a procrear con las hembras de su especie ahora que ellas no competían con la sensualidad de su diosa para captar la atención de los hombres.

Miranda salió de la universidad acompañada de Nina. David siempre se marchaba por el otro extremo del campus, pues su casa estaba en la dirección opuesta.

               —Hey, ¿quieres que te prepare una cita con él? —preguntó Miranda—. Será en el mejor restaurante, con un ambiente impecable y muy romántico.

               —No lo sé… Yo… —Nina se hallaba recelosa. No sabía si le gustaba o no David—. Bueno, supongo que podría intentarlo.

               —¡Genial! ¿¡Qué te parece… este sábado!?

               —¿¡Qué!? ¿D… dentro de dos días!?

               —¡Sí! ¿Por qué no?

               —Bueno… Vale, supongo que está bien… —No sabía cómo negarse ante la amable sonrisa de Miranda.

               —Genial, entonces. ¡Nos vemos mañana en la universidad! ¡Lo tendré todo preparado! —Miranda se despidió y se marchó hacia su casa.

               —Esto… ¡Miranda! —gritó Nina.

               —¿Qué sucede?

               —Recuerda activar el micro-detector, no vayas a pisar alguna ciudad…

               —Oooh, sí, es cierto, perdona…

Nina llegó a su casa, muy cansada. Ella vivía prácticamente solo, pues sus compañeras de piso solían siempre estar fuera. La vivienda parecía un lugar completamente normal, hasta que entrabas en la habitación de Nina y veías todas las estanterías, suelo y paredes repletas de acuarios donde la joven guardaba en “grandes civilizaciones” a decenas de miles de millones de micros.

Algunas veces se preguntaba qué sería de todos ellos si a ella alguna vez le pasase algo malo. Se había esforzado por volverlos independientes, pero no lo había logrado por completo. Todavía necesitaban alimentos extras para subsistir con tantísima población.

Pensó en David. ¿Mostrarle todo aquello a él? ¿Qué pensaría David de ella si viese esa aglomeración de micros tan masiva a su cargo? ¿Podría hacerle entrar en razón? ¿Hacerle ver que los micros necesitaban protección? Hacerle ver que todos los micros merecían ser amados…

               «Tal vez sea cierto que esté loca», se dijo a sí misma, mientras las miradas de sus innumerables inquilinos la rodeaban, viéndola caminar por la habitación, notando el temblor en el suelo con cada pisada. Para la gran mayoría de ellos, Nina era Dios, un dios extremadamente amable y misericordioso. Sin embargo, incluso Nina tenía su terrario de micros favorito, donde solo estaban, aislados del resto, unos pocos miles de micros. Eran sus micros favoritos porque pertenecían a la primera civilización que le regalaron cuando era pequeña. Por eso, los tenía apartados, en un sitio especial: la mesita de noche justo al lado de la cabecera de la cama. A ellos les daba la mejor comida, la mayor atención en todo… Para ella, eran sus hijitos mimados.

No obstante, dentro del terrario encima de la mesita de noche, un joven micro de la edad de Nina no la veía a ella como una figura materna.

Yuto era un joven micro que vivía en el terrario que acabo de mencionar. Él estaba, francamente, perdidamente enamorado de Nina. A pesar de ser él un micro y ella una humana, a la que muchos consideraban Dios. Para Yuto, ella era una compañera de vida, alguien muy cercano a él.

Cuando Yuto fue regalado como mascota a Nina, junto con toda su civilización, el joven micro tenía la misma edad que Nina (8 años). Ella, a pesar de lo que cualquiera podría pensar, fue tan buena y positiva con ellos, que Yuto no se sintió subyugado a la voluntad de Nina como ser superior. De hecho, fue todo lo contrario. Yuto se llegaba a sentir como un igual ante ella, pues era lo que la propia Nina quería conseguir. Jugaban juntos (incluso con la diferencia de tamaño encontraban formas de jugar, aunque Nina no podía ni siquiera verlo de no ser por una lupa especial muy potente)

Yuto empezó a enamorarse de Nina desde muy joven, y hasta el día de hoy sigue manteniendo esa ardiente pasión. Su mayor sueño siempre fue ser humano, pues sería la única forma de poder satisfacer a Nina… Sí, satisfacerla, eso era lo que le preocupaba. Siendo un insignificante micro nunca podría satisfacerla sexualmente. Podía hacerla reír, pensar, incluso podía asustarla contando una historia de miedo (se comunicaban por internet, ya que la civilización de Yuto ya había alcanzado un gran punto de desarrollo tecnológico). El problema era que… Bueno… Su cuerpo era patético en comparación al de Nina. Su miembro viril no serviría de nada por grande que fuese, y sus manos y boca tampoco.

Yuto siempre observaba a Nina en los cielos, preguntándose si confesarle su amor. Pero siempre se retenía, pues pensaba que ella se reiría y que le parecería ridículo. Las chicas tenían derecho a disfrutar de su sexualidad, ¿por qué iba Nina a querer estar con alguien incapaz de satisfacerla? Aunque, de alguna forma, nunca llegó a perder la esperanza.

Y allí estaban los dos de nuevo.

Nina alimentaba a sus civilizaciones, y Yuto la observaba sentando en el suelo de su terrario, sintiéndose pequeño, ruborizado, dominado por la presencia de Dios.

               «¿No se supone que es el hombre el que debería tomar el rol dominante en una relación?», pensó Yuto, meditando para sí mismo.

Miranda – Nina – David – Mika – Claudia – Isabela

—Nina, you already know that David likes you, right? —Miranda asked as she walked with Nina to the university. Rosa had caught a cold because she had taken off her shirt the day before in the park, and she had stayed home.

Nina was walking with the app to track micro cities activated all the time, to avoid stepping on one by accident. When she heard her friend's question, she stopped short and blushed.

—No... I don't know... —she responded, nervous.

—Oh I see. —Miranda smiled—. You like him too. Well, you're in luck. Because you already heard the rumors, or am I wrong?

—Ru… rumors?

—Yeah. Word has spread that he was seen leaving the locker room in his underwear once after a soccer practice. Those who were present say that he had something big going on down there. Apparently, he has a huge cock.

Nina's face turned so red that she felt like she was blowing smoke out of her ears. Miranda let out a few laughs and put a hand on Nina's shoulder.

—Don't worry, David is a good person. I'm sure he will treat you gently —she added to try to reassure her.

—I... No... I never... —Nina couldn't even talk about how nervous she was.

—Well, just think about it. Joking aside, I think you would make a good couple. By the way, what did you do with all those micros we rescued yesterday?

Nina took a few seconds to calm down before answering.

—I transferred them to my contemporary-age micro aquarium.

—What? Do you have several aquariums depending on the age the micros are in?

—Well of course. If you put them all in the same place, the most advanced would dominate the others. It would be chaos.

Miranda had never thought about it like that. She always made sure to be careful when dealing with the little ones so as not to overwhelm them, but it was true that they could also easily dominate each other if one was superior to the other.

—I understand. How many micros and minis do you have in your room at this point? —asked the young woman with black hair.

—Well, after the last count... I think there are about 85.490 million micros, and about 8 million minis.

Miranda was stunned.

—That is… so incredible that I would dare to call it “scandalous.”

—The most curious thing of all is that those 8 million minis take up more space than the micros. They are very demanding sometimes.

—Hey, and how do you avoid conflicts between them? There are so many of them that it must be almost impossible to control them so that they don't get into wars.

—That is easy. I just have to make them recognize me as their leader. I am constantly visiting them and taking care of them. Nobody has needs that cannot be met, therefore they never have wars.

—I understand. I guess you didn't mix the college proyect micros with the rest —Miranda said.

—That's how it is. Considering that I have to take them to university every day, it will be more comfortable to have them isolated for the moment.

Just as she said, both girls carried the micro-viewfinder in their hands with their respective micro civilizations, oblivious to the outside world. These remained nomads, and little by little they discovered fire and cooked meat.

—Hello Girl! —David greeted, at the university door. A big smile appeared on his face.

—Good morning, David —Nina responded, and she instantly blushed as she remembered her conversation with Miranda before.

—What's going on? I said something wrong? —David asked, scared.

—No... I'm sorry, we're late for class. —Nina ran towards the classroom.

Miranda calmed David with a few pats.

—Give her a few days to get used to the idea. It will be yours sooner than you think, believe me. —She smiled, kindly. They both followed Nina until they got to class.

That day a different teacher came in. Her name was Isabela, and she... was a colossal woman. She was 45 years old. She was 195 cm tall, and her build was rigid and broad, with a rather masculine jawline. Her hair was dull reddish, which fell down her back in a braid. Her gaze looked devastating, capable of making me feel threatened at all times.

—Good morning —she said in a firm voice—. Today I am going to be your teacher, because Irene needed to stay home taking care of her children today. My name is Isabella. Now place your micro civilizations on your tables and I'll come by to take a look at them.

The students obeyed.

However, someone seemed to have not brought the micro-visor with her.

Her name was Mika, a girl with a gothic appearance, with her low-cut dark clothes and black painted nails and lips. She was 22 years old, and was 159 cm tall. Her hair was long and meticulously combed, extending into bangs that covered her entire forehead. She had it black, although she had dyed some purple highlights. She was quite thin, although her curves rivaled Rosa's.

—Why didn't you bring your micro civilization? —Isabela asked him firmly, waiting next to Mika's desk.

—Well… You see…, my boyfriend went to visit me, and when he saw the micros he got very hot. He's always been super dominant... and he wanted to play with them a little... and then...

—Did you use them for your sexual games? —said Isabela without any kind of scruple. Mika blushed so much that she covered her face with both hands.

—Actually, I didn't do much. I just watched my boyfriend while he masturbated in front of the micros. He told me to trust him, that as soon as he finished he would leave them alone, but... —Mika left a silence before finishing telling the last part—: he ended up cumming... on the micros. When I tried to fix it, the entire little terrarium was flooded with semen and there was nothing I could do. —Mika tried to hide her excitement as she remembered what had happened. However, she couldn't deny that watching her boyfriend drown an entire civilization in cum made her very horny.

Nina shot up in her seat, completely indignant, although she had blushed again upon hearing that story.

—That's the most irresponsible thing I've ever heard! —she shouted, unable to hide her anger.

Professor Isabela gave her a murderous look, and Nina jumped before sitting down again.

—These young people... —said Isabela—. This type of thing usually happens among high school students, because their hormones are raging. But you are already adults. You are better than that, you have to have some responsibility.

—I know. I'm so sorry —Mika apologized.

—The truth is that I already planned that an incident could occur on the first day, so I brought some spare micro civilizations. You're in luck for today.

Isabela took out a micro-viewfinder with a civilization on it from her pocket and gave it to Mika. The device looked ridiculous in Isabela's big hand, it looked like a small toy. Mika grabbed it and put it on top of her desk, still blushing.

Isabela continued explaining some interesting concepts and ideas to interact with the micros and make them advance faster in their technology and territorial expansion.

Claudia was one of the most advantaged students in the class, and she was of Hispanic American origin (commonly called “Latina”). She was 167 cm tall. Her skin was a tanned hue; her eyes, black; her hair, dark brown. She was one of the girls with biggest breats in the classroom, and, since she always seemed to be very hot, she was dressed in a simple tank top. Those clothes always left a large part of her breasts visible, which were close to being the size of her head. And yes, her face was also very beautiful.

In addition to her sensual appearance, she was also extremely diligent and intelligent. Her micro civilization had already managed to build cities and establish themselves as more compact societies, thanks to her constant intervention through the app. She flattened mountains, changed the course of rivers, even easily corrected errors in the constructions the micros made, all with a few taps of her finger on the screen of her tablet.

However, she was now experiencing a major problem: she had detected a low birth rate in her micro colonies. For some reason, the little inhabitants in her terrarium were not reproducing enough for civilization to be sustainable. And the worst thing of all is that Claudia had no idea why this was happening.

She constantly looked at her terrarium leaning on the micro-viewfinder from above, just in case there was something that the app wasn't telling her, but she didn't detect anything strange.

—Professor Isabela. —She finally raised her hand—. I have an urgent question. My micros don't reproduce at a normal pace. I don't know what the hell is wrong with them —she said in her Latin tone of voice.

The teacher approached Claudia's desk. She looked at her, and then at her micro-terrarium. She immediately knew what was happening. Isabela had many years of experience, and she was able to figure it out just by looking at the situation.

—Cover yourself —Isabela ordered, covering Claudia's pronounced neckline with her huge hand.

—Hey! We are in the 21st century! I am free to dress however I want! —the student complained.

—I said cover up because your breasts are affecting the micros —Isabela explained.

—What!? How can that be…?

—Let's see. What I think is happening is that the male micros... are too distracted by seeing you... and that causes them not to want to reproduce with the female micros.

That was true. Inside the terrarium, all the micro men were gawking at Claudia's two immense breasts, which from their point of view were like two hyper-massive stars just a few kilometers from her civilization.

Being so physically similar to humans, micromen were attracted to human breasts. They feel an uncontrollable need to procreate with the fittest female, and what could be fitter than a goddess? The problem is that saidor desire was literally impossible for them to achieve, so they simply stood still, watching, fantasizing about reaching Claudia, instead of procreating with the females of their own species.

Suddenly, Claudia's face turned red.

She ended up reluctantly putting on a jacket, and as the minutes passed, the problem of the low birth rate solved itself. The male micros returned to procreate with the females of their species now that they were no longer competing with the sensuality of their goddess to capture the attention of men.

Miranda left the university accompanied by Nina. David always left at the other end of the campus, since his house was in the opposite direction.

—Hey, do you want me to set you up with him? —Miranda asked—. It will be in the best restaurant, with an impeccable and very romantic atmosphere.

—I don't know... I... —Nina was suspicious. She didn't know if she liked David or not. Well, I guess I could try.

—Brilliant! What do you think… this Saturday!?

—Uh!? i... in two days!?

—Yeah! Why not?

—Well… Okay, I guess it's okay… —she didn't know how to refuse Miranda's kind smile.

—Great then. See you tomorrow at the university! I'll have everything ready! —Miranda said goodbye and left for her house.

—Oh… Miranda! —Nina shouted.

—What?

—Remember to activate the micro-detector, don't go to step into any city...

—Oooh, yes, that's true, sorry...

Nina arrived at her house, very tired. She lived practically alone, since her roommates were always away from there. The house seemed like a completely normal place, until you entered Nina's room and saw all the shelves, floor and walls full of aquariums where the young woman kept tens of thousands of billions of micros in “big civilizations.”

Sometimes she wondered what would happen to all of them if something bad ever happened to her. She had tried hard to make them independent, but she had not completely succeeded. They still needed extra food to survive with such a huge population.

She thought of David. Show all that to him? What would David think of her if he saw such a massive crowd of micros in charge of her? Could he talk some sense into her? Make him see that the micros needed protection? Make him see that all micros deserved to be loved...

«Maybe it's true that she's crazy», she told herself, as the gazes of her countless tenants surrounded her, watching her walk around the room, noticing the tremor in the floor with each footfall. For the vast majority of them, Nina was God, an extremely kind and merciful god. However, even Nina had her favorite terrarium, where only a few thousand micros were isolated from the rest. They were her favorite micros because they belonged to the first civilization that they gave her when she was little. For this reason, she had them separated, in a special place: the nightstand right next to the head of the bed. She gave them the best food, the most attention in everything... For her, they were her spoiled little children.

However, inside the terrarium on the nightstand, a young micro boy Nina's age did not see her as a mother figure.

Yuto was a young micro who lived in the terrarium I just mentioned. He was, frankly, madly in love with Nina. Despite him being a micro and she being a human, whom many considered God. For Yuto, she was a life partner, someone very close to him.

When Yuto was given as a pet to Nina, along with his entire civilization, the young micro was the same age as Nina (8 years old). She, despite what anyone might think, was so good and positive with them that Yuto did not feel subjugated to Nina's will as him superior being. In fact, it was quite the opposite. Yuto came to feel like an equal before her, because it was what Nina herself wanted to achieve. They played together (even with the size difference they found ways to play, although Nina couldn't even see it if it weren't for a very powerful special magnifying glass)

Yuto began to fall in love with Nina from a very young age, and to this day he continues to maintain that burning passion. His biggest dream was always to be human, because it would be the only way he could satisfy Nina... Yes, satisfy her, that was what worried him. Being an insignificant micro he could never satisfy her sexually. He could make her laugh, think, he could even scare her by telling a scary story (they communicated over the internet, since Yuto's civilization had already reached a great point of technological development). The problem was that... Well... his body was pathetic compared to Nina's. His virile member would be of no use no matter how big it was, and neither would his hands and mouth.

Yuto always watched Nina in the skies, wondering if he would confess him love for her. But he always held back, because he thought she would laugh and find it ridiculous. The girls had right to enjoy her sexuality, why would Nina want to be with someone incapable of satisfying her? Although, somehow, he never gave up hope.

And there they were both again.

Nina fed her civilizations, and Yuto watched her sitting on the floor of the terrarium, feeling small, blushing, dominated by the presence of God.

«Isn't the man supposed to take the dominant role in a relationship?», Yuto thought, meditating to himself.